No soy capaz de expresar con palabras lo que sentí cuando mis ojos recorrieron aquella espalda torneada y aquellos bucles negros como el ébano. La suya era una espalda deliciosa, para ser acariciada, lamida y degustada. ¿Y qué decir de sus tirabuzones? Eran rebeldes, ásperos, salvajes. Aquél era el cabello de una mujer cincelada en pedernal.
El caso es que esas curvas, todas ellas, me resultaban curiosamente familiares. ¿Dónde cuernos las había visto? ¿Por qué no me eran extrañas?
Eres preciosa, Nazaret—11:27
¿Qué iba a responder? Con aquella foto, en realidad nada aclaratoria, me había puesto tan cachondo que apenas podía pensar con claridad. La sangre me corría furiosa por las venas, el pulso me iba a mil por hora, el corazón se me salía del pecho, latiendo desbocado.
Era la primera vez que contemplaba una parte del cuerpo de Nazaret, y la muy perra había elegido la menos descriptiva posible; era la espalda torneada de una mujer hermosa. Y nada más.
«Qué lista eres», pensé, llevándome la mano a la polla para comenzar a masturbarme lentamente. Necesitaba hacerlo con suma urgencia, y no me privé de ello.
Muchos hombres me lo dicen—11:28
Dejé de acariciarme un instante para responder y pegué los ojos al chat, apenas sin parpadear.
Yo no soy como los demás—11:29
De eso estoy segura—11:29
Se estaba riendo de mí, lo tenía tan claro como la luz plena del día. Me enervaba aquella actitud, pero por otro lado era lo que más me excitaba. Nazaret debía de saberlo, y la cabrona lo explotaba a las mil maravillas.
No, no puedes estar segura —repliqué, después de darme otro frote en mis ardientes partes pudendas—. No hasta que me conozcas—11:30
¿Qué te hace pensar que no te conozco?—11:31
Mi perplejidad debió de dejarme petrificado en la butaca. ¿Había leído bien?
¿De qué me conoces tú?—11:33
No he dicho que te conozca—11:33
Reculaba. Estaba dudosa, mi mejor oportunidad para atacar. Tal vez con un poco de suerte sacase algo en claro.
Pues claro que lo has dicho—11:34
No, no lo he dicho —aseguró, no sé si con brusquedad o angustiada—. He dicho que presupones que no te conozco—11:35
¿Y no es cierto? —contraataqué—. No tengo motivos para presuponer lo contrario—11:36
Demuestra que estoy metiendo la pata, entonces —me retó—. Demuestra que de verdad no te he visto nunca—11:38
¿Estás pidiéndome una foto?—11:40
Muy agudo, Lavery—11:40
Ahí estaba. La oportunidad perfecta. Sonreí de oreja a oreja.
Bien, como suele decirse, hágase tu voluntad.
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Los renacidos
RomanceLázaro Montoya está harto del mundo, de su mujer y sobre todo de sí mismo. A sus treinta y ocho años cumplidos, Lázaro siente que su existencia es absurda; se ve como un perdedor, un miserable que malgasta el tiempo haciendo lo que no desea, trabaja...