Al poco de llegar a casa lo primero que hice fue quitarme de encima toda la ropa. Los malditos convencionalismos encorsetaban mis ánimos, impidiéndome estar a gusto incluso en mi propia casa. Pero allí podía hacer lo que me viniera en gana, ¿o no?
Para mi alivio, Ana aún no había regresado del trabajo; la medicación para la úlcera de duodeno estaba obrando maravillas en ella. Se encontraba con las fuerzas suficientes como para ir a trabajar.
Tanto mejor para mí; así me dejaba ciertas tardes libres.
Después de desnudarme se me antojó encender la radio. Después entraría en la app de AOLine e intentaría charlar con Nazaret si estaba conectada; hacía demasiado tiempo que no sabía nada de ella.
No reconocí de primeras la canción que vomitaba la radio, pero me agradaba mucho. La voz del cantante era suave y fuerte según el rato, y a la vez aguda y melodiosa. La cadencia era pegadiza y el estribillo encantador.
And I could not love
cause I could not love myself.
Cuando me dirigí a la cocina y abrí el frigorífico encontré una botella de cava, varias latas de cerveza y un vermut rojo que había comprado aquella misma mañana, después de que Ana se hubiera ido a trabajar. No tenía ni idea de dónde escondería la botella, ya que la había comprado con la intención de llevársela a Nazaret. Había mencionado alguna vez aquel vermut, un Ravini de oscuro color cereza que, según decía, adoraba tomar de vez en cuando.
En mi opinión era la bebida ideal para ella.
Nazaret Alcázar era intensa y dulce como el jodido vermut.
And I was not well,
but I could not help myself.
I was giving up on living.
Cogí la botella de cava, cerré el frigorífico y me dirigí a mi estudio. Una vez allí subí el volumen de la radio. La canción me encantaba. Era de Gotye, si no me equivocaba.
And you gave me love
when I could not love myself.
Descorché el cava y bebí directamente de la botella, a morro. «Al carajo», pensé, mientras el dorado y burbujeante brebaje me caía garganta abajo como fuego líquido. Estaba delicioso.
And you made me turn
from the way I saw myself.
El alcohol me ayudaba en ocasiones a despejar la mente, a dar fluidez a las palabras que salían de mí. Me ayudaba a escribir con la soltura de que carecía a veces.
Saberme deseado por Nazaret era más heavy para mí que una raya de cocaína, que diez botellas de cava o de whisky, más que la idea, casi orgásmica, de abandonar a mi mujer y romper los grilletes que me encadenaban a una vida no deseada.
El teléfono móvil vibró de repente. Una notificación. Cuando miré, descubrí que Ana me había mandado un mensaje de WhatsApp, sin duda echándome la bronca por haber contestado mal a su padre. «Que se jodan todos.» Ni siquiera lo leí.
Nazaret estaba conectada al chat de AOLine.
Al momento sonreí como un imbécil.
And you save me,
you save me,
you save me...
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Los renacidos
RomanceLázaro Montoya está harto del mundo, de su mujer y sobre todo de sí mismo. A sus treinta y ocho años cumplidos, Lázaro siente que su existencia es absurda; se ve como un perdedor, un miserable que malgasta el tiempo haciendo lo que no desea, trabaja...