capítulo 1,9

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Que duraría hasta que creciera y que él que tenía que cumplir con mucha resignación
  Pero cuando iba por los pasillos llenos de ecos, que olían a cera de piso y a abrigo mojado, cuando el siniestro de la casa le taponó de pronto los oidos como un trozo de algodón y cuando, finalmente estuvo delante de la puerta de su clase, pintada del mismo color espinaca seca que las paredes, comprendió que tampoco allí se le habia perdido nada. Tenia que irse. Y lo mejor era hacerlo ya.
  ¿pero a dónde?
  Bastian habia leido en los libros de historia de muchachos que se enrolan en un buque y se ban a correr mundo para hacer fortuna. Algunos se hacían también piratas o héroes, y otros volvían ricos a su patria, unos años mas tarde, sin que nadie sospechase quiénes eran.
  Pero una cosa así no se atrevía a hacerla bastian. Ni si quiera podia imaginarse que lo aceptaran como grumete. Además, no tenia la menor idea de cómo llegar a un puerto donde hubieran buques apropiados para esas arriesgadas empresas.
  Entonces, ¿a dónde?
  Y de pronto se le ocurrió el lugar adecuado, el único en donde -por lo menos, de momento -no lo buscarían y encontrarían
  El desván era grande y oscuro. Olia a polvo y naftalina. No se oia ningún ruido, salvo el suave tamborilero de la lluvia sobre las planchas de cobre del gigantesco tejado. Fuertes vigas, ennegrecidas por el tiempo, salian a intervalos regulares del entarimado, uniéndose más arriba a otras vigas del armazón del tejado y perdiéndose en algun lado de la oscuridad. Aquí y alla colgaban telas de arañas, grandes como hamacas que se columpiaban suave y fantasmalmente en el aire. De lo alto, dónde había un tragaluz, bajaba un resplandor lechoso.
  La unica cosa viva en aquel entorno, en donde el tiempo parecia detenerse, era un ratoncito que saltaba sobre el entarimado, dejando en el polvo huellas diminutas. Alli donde la colita le arrastraba, quedaba entre sus impresiones de sus patas una raya delgada. De pronto se enderezó y escuchó. Y luego -¡hush!- desapareció en un agujero delas tablas.
  Se oyó el ruido de una llave en la gran cerradura. La puerta del desvan se abrió despacio y rechinando y, por un instane,

la historia  sin finDonde viven las historias. Descúbrelo ahora