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-¿Y no hay nadie -preguntó Atreyu en voz baja que no nos odie ni nos tema?

-Yo, al menos, no conozco a nadie -dijo Gmork-, y tampoco es de extrañar, porque vosotros mismos tenéis que resignaros allí a hacer creer a los hombres que fantasía no existe.

-¿Que no existe fantasía?  -repitió Atreyu desconcertado.

-Claro, hijito -respondió Gmork-, eso es precisamente lo más importante. ¿No puedes imaginartelo? Sólo si creen que no existe fantasía no se le ocurrirá visitaros. Y de eso depende todo, porque únicamente cuando no os conocen  en vuestro aspecto puede hacerse con ellos cualquier cosa.

-Hacer con ellos... ¿qué?

-Todo lo que se quiere. Se tiene poder sobre ellos. Y  nada da un poder mayor sobre los hombres que las mentiras. Porque esos hombres, hijito viven de ideas. Y éstas se pueden dirigir. Ese poder es el único que cuenta. Por eso yo también he estado al lado del poder y lo he servido, para poder participar de él... aunque de una forma distinta que tú y tus iguales.

-¡Yo no quiero participar de él! -balbuceó Atreyu.

-Calma, pequeño necio -gruño el hombre-lobo-. En cuanto te llegue el turno de sartar a la nada serás también un servidor del poder desfigurado y sin voluntad. Quién sabe para qué les servirás. Quizá, con tu ayuda, harán que los hombres compren lo que no necesitan, odien lo que no conocen, crean lo que los hace sumisos o duden de lo que podría salvarlos. Con vosotros, pequeños fantasios, se haran grandes negocios en el mundo de los hombres, se declararán guerras, se fundarán imperios mundiales...

Gmork contempló al.muchacho un rato a los ojos semicerrados, y luego añadió:

-También hay una multitud de pobres zoquetes, los cuales, naturalmente, se consideran a sí mismos muy inteligentes y creen estar al servicio de la verdad, que nada hacen con más celo que intentar disuadir hasta los niños de que existe fantasía. Quizá tú les seas útil precisamente a ellos.

Atreyu conservó la cabeza baja.

Ahora sabía por qué no venian ya seres humanos a fantasía y por qué no vendrían nunca para dar nuevos nombres a la emperatriz infantil. Cuanto más se extendiera la aniquilación en fantasía, tanto mayor sería el raudal de mentiras en el mundo de los hombres y, precisamente por ello, cada segundo disminuía la posibilidad de que viniera aún un ser humano. Era un círculo vicioso del que no habia escapatoria. Atreyu lo sabia ahora.

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Y habia otro que lo sabía también Bastian Baltasar Bux.

Complendia ahora que no sólo fantasía estaba enferma, sino también el mundo de los seres humanos. Una cosa tenia que ver con la otra. En realidad, siempre lo habia sentido asi, sin poder explicarse por qué. Nunca habia querido aceptar que la vida fuera tan gris e indiferente, tan sin secretos ni maravillas como pretendían las personas que decían: ¡la vida es asi!

Pero ahora sabia también que tenía que ir a fantasía para sanar otra vez a ambos mundos.

Y el que ningún hombre conociera el camino se debia precisamente a las mentiras e ideas falsas que llegaban a su mundo como consecuencia de la destrucción de fantasía, dejándolo a uno ciego.

Con espanto y vergüenza, Bastian pensó en sus propias mentiras. Las historias inventadas que contaba no eran mentiras. Eran otra cosa. Pero en algunas ocasiones habia mentido de forma totalmente consciente y deliberada... A veces por miedo, a veces también para conseguir algo que quería tener sin falta, a veces también sólo para darse importancia. ¿Que criaturas de fantasía habia aniquilado, desfigurado y maltratado con ello? Intentó imaginarse cómo podia haber sido antes su verdadera figura... pero no pudo. Quiza precisamente, porque habia mentido.

En cualquier caso una cosa era segura: también el habia contribuido a que las cosas fueran tan mal en fantasía. Y quería hacer algo por arreglarlas. Le debia eso a Atreyu, que estaba dispuesto a cualquier cosa sólo para buscarlo. No podía ni queria defraudarlo. ¡Tenia que encontrar el camino!

El reloj de la torre dio las ocho.

la historia  sin finDonde viven las historias. Descúbrelo ahora