capítulo 10 la ciudad de los espectros

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Imponente resonaba la voz de Fujur, como una campana de bronce, en algún lugar situado sobre las espumosas olas.

-¡Atreyu! ¿Dónde estas, Atreyu?

Hacia tiempo que los gigantes de los vientos habian terminado su lucha y se habian separado. Se encontrarían otra vez, en un sitio u otro, para dirimir una vez más su contienda, como habian hecho siempre de tiempos inmemoriales. Lo que acababa de suceder lo habían olvidado ya, porque no retenían nada ni conocían nada, salvo su propia fuerza indomable. Y por eso el dragón blanco y su pequeño jinete habian desaparecido hacia un tiempo de su memoria.

Cuando Atreyu se precipitó en el abismo, Fujur trató al principio de Seguirlo, con todas sus fuerzas, para cogerlo en el aire. Sin embargo, un viento huracanado habia levantado al dragón y lo había arrastrado lejos, muy lejos. Cuando Fujur volvió, los gigantes de los vientos vociferaban ya sobre otro punto del mar.Fujur se esforzó desesperadamente por otra vez el lugar en que Atreyu debía de haber caido al agua, pero hasta para un dragón blanco  de la suerte es imposible descubrir en la espuma hirviente de un mar revuelto el puntito diminuto de un cuerpo que frota... o el de un ahogado en su fondo.

Sin embargo, no quiso renunciar. Subió muy alto en el aire, para poder voló luego a poca distancia de las olas, y describió círculos, cada vez más amplios. Mientras tanto, no cesaba de llamar a Atreyu, con la esperanza de divisarlo aún entre la espuma.

Era un dragón de la suerte y nada podia quebrantar su convicción de que, a pesar de todo, la cosa acabaría bien. Pasase lo que pasase, Fujur no se daría nunca por vencido.

-¡Atreyu! -retumbaba su voz poderosa en medio del rugido de las olas-, ¡Atreyu! ¿Dónde estas?

Atreyu vagaba por las calles de una ciudad abandonada, en medio de un silencio sepulcral. El espectáculo era agobiante y siniestro. No parecía haber ningún edificio que, simplemente por su aspecto exterior, no produjera una impresión amenazadora y maldita, como si la ciudad entera se compusiera sólo de castillos de fantasmas y casas embrujadas. Sobre las calles y Callejas, tan tortuosas y torcidas como todo en aquel pais, colgaban monstruosas telas de arañas, y olor nauseabundo subia de los ventanucos de los sótanos y los posos secos.

Atreyu se habia deslizado al principio de esquina en esquina para no ser descubierto, pero pronto no se esforzó por ocultarse. Plazas y calles estaban vacías y tampoco en los edificios habia movimiento. Entró en algunos, pero sólo encontró muebles volcados, cortinas rasgadas, vajilla y cristal hechos añicos...  todos los signos de la desolación, pero ningún habitante. Sobre una mesa había aún comida a medio comer: unos platos con sopa negra y unos restos pegajosos que quizá fueran pan. Comió de ambas cosas. Sabían repulsivamente, pero él tenía mucha hambre. En cierto sentido, le pareció muy justo haber ido a parar precisamente allí. Aquello era lo adecuado para alguien a quien no quedaba ya esperanza.

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Bastian se sentía muy debilitado por el hambre.

El cielo sabe por qué precisamente entonces, de forma muy poco oportuna, recordó la tarta de manzana de la señorita anna. La mejor tarta de manzana del mundo.

La señorita anna venía tres veces por semana, escribía a máquina para su padre y ponia orden en la casa. La mayoría de las veces cocinaba o hacia algún pastel. Era una persona robusta, que hablaba y se reia despreocupadamente. El padre de Bastian era cortés con ella pero, por lo demás, apenas parecía darse cuenta de su presencia. Muy rara vez conseguia la señorita Anna que el rostro preocupado de él apareciese fugazmente una sonrisa. Cuando eso ocurría, la casa se volvía un poco más luminosa.

La señorita Anna tenia una hijita, aunque no estaba casada. La niña se llamaba Christa, tenia tres años menos que Bastian y un rubio precioso. Antes, la señorita Anna habia traído casi siempre con ella a su hijita. Christa era muy tímida. Cuando Bastian le contaba cuentos durante horas, se quedaba muy quieta y lo escuchaba con los ojos muy abiertos. Admiraba a Bastian y a él ella le caia muy bien.

Sin embargo, hacia un año la señorita Anna habia llevado a su hijita a un hogar escolar en el campo. Y ahora no se veían casi nunca.

Bastian se lo habia tomado bastante a mal a la señorita Anna, y todas las explicaciones de ella de por qué era mejor así para Christa no lo habian convencido.

Con todo, nunca podia resistirse a su tarta de manzana

la historia  sin finDonde viven las historias. Descúbrelo ahora