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El sol se había convertido en un remolino de fuego en mitad del cielo. Estaba allí desde hacía mucho tiempo y no parecía moverse ya. El dia del desierto duraba tanto como la noche de perelín.

Bastián siguió adelante, siempre adelante. Los ojos le ardían y tenía la boca como un trozo de cuero. Pero no se rindió. Su cuerpo estaba abrasado y la sangre se volvió tan espesa en sus venas que apenas circulaba ya. Pero Bastián siguió siguió adelante, lentamente paso a paso, sin apresurarse ni detenerse, como lo hacen los caminantes del desierto experimentados. No prestaba atención al suplicio de la sed que atormentaba su cuerpo. Se había despertado en él una voluntad tan férrea, que ni el cansancio ni las privaciones podían doblegarla

Pensó en lo rápidamente que antes se desanimaba. Empezaba cien cosas y, a la menor dificultad, las abandonaba. Siempre se preocupaba de comer y tenía un miedo ridículo a ponerse enfermo o tener que soportar dolores. Pero todo aquello había quedado muy atrás

Aquel camino que ahora recorría a través de Goab el desierto de colores, nadie, después de él, se atrevería a emprenderlo nunca.

la historia  sin finDonde viven las historias. Descúbrelo ahora