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-Gracias -dijo Bastián maravillado. Realmente no sabía qué hacer con el regalo ¡Si por lo menos hubiera sido algo vivo!

Mientras reflexionaba aún en lo que sin duda esperaba de él la hija de la luna, sintió de pronto en la mano un delicado cosquilleo Miró con más atención.

-¡Mira, hija de la luna! -susurró-. ¡Empieza a fosforecer y brillar! Y, mira, brota una llamita. No, ¡Es un embrión! Hija de la luna, ¡No es un grano de arena! ¡Es una semilla luminosa que empieza a crecer!

-¡Muy bien, Bastián! - le oyó decir a ella- ¿Ves? Te resulta muy fácil.

Del puntito de la palma de Bastián salía ahora un resplandor apenas perceptible, que rápidamente aumentó, iluminando en la oscuridad aterciopelada sus dos rostros de niño, tan distintos, inclinados sobre el prodigio.

Bastián retiro lentamente la mano y el punto luminoso quedó flotando entre los dos como una estrellita.

El embrión creció muy aprisa, y se podía verlo crecer. Echó hojas y tallos, y desarrolló capullos que se abrieron en flores maravillosas y de muchos colores que relucían y fosforescían. Se formaron pequeños frutos que, en cuanto estuvieron maduros, explotaron como cohetes en miniatura, esparciendo a su alrededor una lluvia multicolor de chispas de nuevas semillas.

De las nuevas semillas crecieron otra vez plantas, pero de otras formas; parecían helechos o pequeñas palmeras, cactus, colas de caballo o florecillas ordinarias. Cada una de ella resplandecía y brillaba con un color distinto.

Pronto, alrededor de Bastián y de la hija de la luna, por encima y por debajo de ellos y por todos lados, la oscuridad aterciopelada se llenó de plantas luminosas que germinaban y crecían. Una bola incandescente de colores, un nuevo mundo luminoso flotaba en ninguna parte, crecía y crecía, y en su interior más interno estaban sentados Bastián y la hija de la luna, mirando con ojos asombrados el maravilloso espectáculo.

Las plantas parecían producir incansablemente nuevas formas y colores. Cada vez se abrían más capullos de flores cada vez centelleaban más cuajadas umbelas. Y todo aquel desarrollo se producía en medio de un silencio absoluto.

Al cabo de un rato, muchas plantas habían alcanzado ya la altura de girasoles, y algunas eran incluso tan grandes como árboles frutales. Había plumeros o pinceles de hojas largas de un verde esmeralda, o flores como colas de pavo real, llenas de ojos con los colores del arcoíris. Otras plantas parecían pagodas de sombrillas de seda violeta, superpuestas y desplegadas. Algunos troncos gruesos se retorcían como trenzas. Como eran trasparentes, parecían de cristal rosa iluminado por dentro. Y había ramilletes de flores como grandes racimos de farolillos azules y amarillos. En muchos sitios colgaban millares y millares de florecitas estrelladas, en cataratas brillantes como la plata, o cortinas de oro viejo hechas de lirios de los valles con largos estambres en forma de borlas. Y aquellas plantas nocturnas luminosas crecían cada vez más exuberantes y espesas, y entrelazándose poco a poco para formar un magnífico tejido de suave luz.

-¡Tienes que darle un nombre! -susurró la hija de la Luna.

Bastián asintió.

-perelín, la selva nocturna -dijo

Miró a la emperatriz infantil a los ojos... Y le ocurrió otra vez lo que le había ocurrido cuando intercambiaron por primera vez sus miradas. Se quedó como embrujado mirándola, sin poder apartar los ojos de ella. Cuando la por primera vez, ella estaba moribunda, pero ahora era mucho, muchísimo más bella, su túnica rasgada estaba otra vez entera, y en la inmaculada blancura de la seda y en su largo cabello jugueteaba el reflejo de una suave luz multicolor. El deseo de Bastián se había cumplido.

- hija de la luna - balbuceó turbado- ¿Estás ya bien otra vez?

Ella sonrió

-¿Es que no se ve, Bastián?

-Quisiera que siempre fuera asi -dijo él.

-siempre es solo un momento -respondió ella.

Bastián guardó silencio. No comprendía su respuesta, pero no tenía ganas de romperse la cabeza. No quería hacer nada más que sentarse ante ella y mirarla.

En torno a los dos, la creciente espesura de las plantas luminosas había formado un entramado espeso, un tejido ardiente de colores que los encerraba como en una gran tienda redonda de tapices mágicos. Por eso Bastián no se dio cuenta de lo que sucedía fuera. No sabia que perelín seguía creciendo y creciendo y que cada planta se hacía cada vez mayor. Y seguían lloviendo por todas partes semillas pequeñas como chispitas,de las que brotaban nuevos embriones.

la historia  sin finDonde viven las historias. Descúbrelo ahora