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Bastian corrió con la velocidad de un rayo hacia el castillo y comenzó a trepar por la fachada. En algunos sitios lo ayudaban las molduras de las ventanas y los salientes del muro, pero normalmente sólo poddía sujetarse con la punta de los dedos. Trepó cada vez más alto; una vez se desprendió un pedazo de muro en el que h.abia afirmado un pie y, durante unos segundos, se quedó colgando sólo de una mano, pero se izó, consiguió encontrar un asidero para la otra mano y siguió subiendo. Cuando por fin alcanzó las torres avanzó más rápidamente porque la distancia entre ellas era tan escasas que podía acuñarse entre sus paredes y, de esa forma, ir subiendo.

Finalmente alcanzó la claraboya y se deslizó por ella. Efectivamente, en aquella habitación de la torre no había ningún centinela, no se sabe por qué. Abrió la puerta y vio ante él una escalera de caracol muy retorcida . Sin hacer ruido comenzó el descenso. Cuando llegó una planta más abajo, vio a  dos centinelas negros junto una ventana, observando ven silencio lo que ocurría. Consiguió deslizarse por detrás de ellos sin que lo vieran.

Siguió andando sin ruido por las escaleras y atravesando puertas y corredores. Una cosa era indudable: los gigantes acorazados podrían ser invencibles en la lucha pero como centinelas no valían gran cosa.

Por fin llegó a la del sotano. Lo noto enseguida por el fuerte olor a moho y el frío que subieron a su encuentro. Afortunadamente todos los centinelas de allí habían corrido arriba al parecer, para capturar al supuesto Bastian Baltazar Bux. En cualquier caso, no de veía a ninguno. Había antorchas en las paredes que iluminaban su camino. Cada vez descendía más. A Bastian le parecío que bajo la tierra había tantos pisos como sobre de ella. Finalmente llegó al más bajo y entonces vio también la mazmorra  en donde Hykrion Hysbald y Hydorn se consumían. El espectáculo era lastimoso,

Colgaban en el aire de largas cadenas de hierro, sujetos por los grilletes de sus muñecas, sobre una fosa que parecía un pozo negro sin fondo. Las cadenas pasaban por unas poleas que había en el techo de la mazmorra hasta un torno, pero éste estaba sujeto con un gran cerrojo de acero y no se podía mover. Bastian se quedó desconcertado.

Los tres cautivos tenían los ojos cerrados, como si estuvieran sin conocimiento, pero entonces Hydorn, el duro, abrió el izquierdo y murmuró con labios resecos:

-¡Eh amigos, miren quién ha venido!

Los otros dos abrieron también penosamente los párpados y, cuando vieron a Bastian, una sonrisa se dibujo en sus labios.

-Sabíamos que no nos dejarías en la estacada, señor graznó Hykrion.

-¿Cómo puedo bajarlos de ahí? -preguntó Bastian-. El torno está cerrado con cerrojo.

-Toma tu espada - exclamó Hysbald- y corta simplemente la cadenas.

-¿Para que nos caigamos al abismo? -pregunto Hykrion-. No me parece una idea muy buena.

-Además, tampoco puedo desenvainada -dijo Bastian-. Sikanda debe saltarme a la mano por si sola.

-Hmmm -gruñó Hydorn- eso es lo malo de las espadas mágicas. Cuando se las necesita son caprichosas.

-¡Eh! -cuchicheó de repente Hysbald-. El tomo tenía una llave. ¿Donde diablos la habrán metido?

-En algún lado había una losa suelta -dijo Hykrion-. No lo pude ver muy bien cuando me izaron hasta aquí.

Bastian aguzó la vista. La luz era escasa y vacilante, pero después de ir de un lado a otro descubrió una losa de piedra en el suelo, que sobresalia un poco. La levantó. La levantó con cuidado y alli, efectivamente, estaba la llave.

Entonces pudo abrir y quitar del torno el gran cerrojo. Lentamente comenzó a hacer girar el torno, que crujía y gemía tan fuerte que, sin duda, debía de oírse en los sótanos superiores. Si los gigantes blindados no eran completamente sordos, debían de estar ya sobre aviso. Pero de nada valía detenerse ahora. Bastian siguió dando vueltas al torno hasta que los tres caballeros frotaron a la altura del borde, sobre el agujero. Ellos comenzaron a balancearse de un lado a otro y, finalmente, tocaron con los pies suelo firme. Cuando esto ocurrió Bastian los soltó del todo. Cayeron al suelo, agotados, quedándome donde estaban. Y con las gruesas cadenas colgando aún se las muñecas.

Bastian no lo pensó mucho, porque se oían pesados pasos metálicos que bajaban por los escalones de piedra del sótano, primero aislados y luego cada vez más numerosos, llegaban los centinelas. Sus armaduras relucían como corazas de enormes insectos a la luz de la antorchas. Levantaron sus espadas, todos con idénticos movimientos, y atacaron a Bastian, que se había quedado junto a la estrecha entrada de la mazmorra.

Y entonces, por fin, Sikanda saltó de su funda roñosa y se colocó en su mano. Como un rayo, la luminosa hoja de la espada arremetió contra los primeros gigantes blindados y, antes de que el plopio Bastian hubiera comprendido muy bien lo que ocurria, los había hecho pedazos. Y entonces vieron lo que aquellos tipos tenían dentro: estaban huecos; solo consistían en corazas que se movían solas, y en su interior no había nada, únicamente el vacío

la historia  sin finDonde viven las historias. Descúbrelo ahora