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Bastián calló confuso.

-Tú señor -siguió diciendo el león dirigiéndose hacia el muchacho y mirándolo a la cara con sus ojos ardientes- que llevas el signo de la emperatriz infantil, podrás responderme: ¿ por que tengo que morir al caer la noche?

-para que en el desierto de colores pueda crecer perelín, la selva nocturna .

-¿Perelín? -repitió el león-. ¿Que es eso?

Y entonces Bastián le habló de las maravillas de la jungla hecha de luz viva. Mientras Graógraman escuchaba inmóvil y sorprendido, le describió la diversidad y magnificencia de las plantas brillantes y fosforescentes que se multiplicaban por si solas, su crecimiento incesante y silencioso, su hermosura y su tamaño indescriptibles. Hablaba con entusiasmo y los ojos de Graógraman resplandecían cada vez más.

-Y todo eso -concluyó Bastián- solo puede ser mientras estas petrificado. Pero perelín lo invadiría todo y se sofocaría a si mismo si no tuviera que morir y deshacerse en el polvo, una y otra vez, en cuanto tu despiertas. Perelín y tú, Graógraman sois una misma cosa.

Graógraman calló largo rato.

-Señor -dijo luego-, ahora sé que mi muerte da la vida y mi vida la muerte, y ambas son buenas. Ahora comprendo el sentido de mi existencia. Gracias.

Se dirigió lenta y solemnemente al rincón mas oscuro de la caverna. Lo que hizo allí no pudo verlo Bastián, pero oyó un ruido metálico. Cuando Graógraman volvió, llevaba en la boca algo que puso ante los pies de Bastián con una profunda. Era una espada.

De todas formas no parecía muy magnífica. La funda de hierro en que se alojaba estaba oxidada y el puño era casi como un sable de juguete hecho de algún viejo pedazo de madera.

-¿Puedes darle un nombre? -preguntó Graógraman.

-¡Sikanda! -dijo Bastián.

En aquel mismo mismo instante, la espada salio chirriando de su funda y voló literalmente a sus manos Bastián vio que la hoja era una luz resplandeciente que apenas podía mirarse. La espada tenía doble filo y se sentía ligera como una pluma en la mano.

-Esa espada -digo Graógraman- estuvo siempre aquí para ti. Porque solo puede tocarla sin peligro quien ha cabalgado sobre mis espaldas, ha comido y bebido de mi fuego y se ha bañado en él como tú, pero únicamente porque has sabido darle su verdadero nombre te pertenece.

-¡Sikanda! -murmuró Bastián, observando maravillado su luz centelleante mientras hacia girar despacio la espada en el aire-. Es una espada mágica ¿Verdad?

-sea de acero o de piedra -respondió Graógraman-, nada hay en fantasía que pueda resistirla. Sin embargo, nunca debes fosarla. Solo cuando salte por si sola a tus manos, como ahora deberás utilizarla... Sea cual fuere la amenaza. Sikanda guiará tu mano y hará. Por si sola, lo que haya que hacer. Sin embargo. Si la desenvainas por capricho, traerás una gran desgracia sobre ti y sobre toda fantasía ¡No lo olvides nunca!

-No lo olvidaré -prometio Bastián.

la historia  sin finDonde viven las historias. Descúbrelo ahora