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Bastian acepto el cinturón y lo sostuvo en la mano, indeciso.

-¿No quieres probarlo enseguida -pregunto ella- para convencerte de sus efectos?.

Bastian se puso el cinturón en tomo a las caderas y vio que le quedaba como hecho a la medida. De todas formas, sólo lo sintió, porque ya no pudo verse a si mismo, ni su cuerpo, ni sus pies, ni sus manos. Era una sensación muy desagradable, e intento volver a abrir enseguida el cierre. Pero, como no podía ver ya sus manos  ni el cinturón, no lo logró.

-¡Socorro! -balbuceó con voz ahogada. De pronto tuvo miedo de no poder quitarse ya nunca el cinturón de Guémmal y tener que ser invisible siempre.

-Hay que aprender a manejarlo -dijo Xayide-; a mi me pasó lo mismo, mi señor y dueño. ¡Déjame ayudarte!

Asió el aire abrió el cinturón Guémmal en un santiamén, y Bastian pudo verse a sí mismo otra vez. Dio un suspiro de alivio. Luego se rió, y también Xayide sonrió, chupando la boquilla de forma de serpiente de su narguile.

En cualquier caso, había conseguido distraer la atención de Bastian.

-Ahora estás mejor protegido contra cualquier daño -dijo ella suavemente-, y eso me importa más de lo que podría decirte, señor.

-¿Daño? -pregunto Bastian, todavía un poco confuso-. ¿Que daño?

-Oh, nadie está a tu altura -susurro Xayide-, nadie cuando eres prudente. El peligro está en ti mismo, y por eso es difícil protegerte contra él.

-¿Qué quieres decir con eso... de que está en mi mismo? -quiso saber Bastian.

-Lo prudente es estar por encima de todo, no odiar a nadie ni amar a ninguno. Pero tú, señor sigues concediendo valor a la amistad. Tu corazón no es frío e impasible como una cumbre nevada y por eso hay alguien que puede dañarte.

-¿Quién?

-Aquel a quien, a pesar de su arrogancia, sigues queriendo, señor.

-¡Habla claro!

-El pequeño salvaje insolente e irrespetuoso de la tribu de los pieles verdes, señor.

-¿Atreyu?

-Si, y lo mismo del desvergonzado de Fújur.

-¿Y dices que esos dos pueden hacerme daño? -Bastian casi tuvo que reírse.

Xayide mantuvo la cabeza baja.

-Eso no lo creo ni lo creeré jamás -continuó Bastian-, y no lo quiero volver a oír hablar de ello.

Xayide calló y bajo la cabeza más aún. Tras un largo silencio, Bastian preguntó:

-¿Y qué podría tener contra mi Atreyu?

-Señor -susurro Xayide-, ¡quisiera no haber dicho nada!

-¡Pues dilo todo! -exclamó Bastian-. No hagas sólo insinuaciones. ¿Qué es lo que sabes?

-Tiemblo ante tu cólera, señor -tartamudeó Xayide estremeciendose realmente con todo su cuerpo-, pero aunque signifique el fin para mi, te lo diré: Atreyu tiene la intención de quitarte el signo de la emperatriz infantil, a escondidas o a las fuerza.

Durante un segundo, Bastian tragó aire.

-¿Puedes probarlo? -pregunto con voz opaca.

Xayide movió la cabeza y murmuró:

-Mis conocimientos, señor, no son de los que pueden probarse.

-¡Entonces guárdatelos! -dijo Bastian, mientras la sangre le subía al rostro-. ¡Y no calumnies al muchacho más leal y valiente que hay en fantasía!

Bajó de la litera y se fue.

la historia  sin finDonde viven las historias. Descúbrelo ahora