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por eso no importaba ahora. Lo importante era sólo que esas palabras le daban permiso, no, lo animaban claramente a hacer todo lo que tuviera ganas de hacer.

Bastián se acercó a la espesura ardiente de plantas para ver si podía atravesarla y por dónde, y vio con agrado que se podía apartar sin esfuerzo como una cortina. Salió afuera.

El crecimiento suave y, al mismo tiempo, superpontente de las plantas nocturnas había continuado sin interrupción, y perelín se había convertido en una selva como nunca habían visto ojos humanos antes de Bastián.

Los grandes troncos tenían ahora la altura y el grosor de torres de iglesia... Y sin embargo, seguían creciendo y no dejaban de crecer. En muchos lugares, las gigantescas columnas de un brillo lechoso estaban tan próximas entre sí que era imposible pasar. Y seguían cayendo, como una lluvia de chispas, nuevas semillas.

mientras Bastián andaba a través de la bóveda luminosa de aquella selva, se esforzaba por no pisar ninguno de los resplandecientes brotes del suelo, pero pronto resultó imposible. Sencillamente, no había un palmo de tierra donde no brotase algo. Por eso acabó pos seguir adelante sin preocuparse, por donde los enormes troncos le dejaban paso libre.

A Bastián le gustaba ser bien parecido. El que no hubiera nadie para admirarlo no le molestaba lo más mínimo. Al contrario: Se alegraba de disfrutar solo de aquel placer. No le importaba nada la admiración de los que hasta entonces lo habían despreciado. Ya no. Pensó en ellos casi con comparación.

En aquella selva en que no había estaciones del año ni tampoco cambios de dia ala noche, la experiencia del tiempo era también muy distinta de la que Bastián había tenido hasta entonces. Y por eso no sabia cuando tiempo llevaba ya andando por la selva. Sin embargo, poco a poco, la alegría de ser bien parecido cambió: Se convirtió en algo natural. No es que lo hiciera menos feliz, sino que le parecía no haber sido nunca distinto.

Aquello tenía un motivo, que Bastián sólo supo mucho, muchísimo tiempo después y que ahora no sospechaba nada. A cambio de la hermosura que se le había concedido, iba olvidando poco a poco que en otro tiempo había sido gordo y de piernas torcidas

la historia  sin finDonde viven las historias. Descúbrelo ahora