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-Una cosa quería preguntarte hace tiempo, Xayide -dijo Bastian en una de sus visitas, mientras miraba pensativo a los gigantescos tipos de coraza negra de insecto que, marcando exactamente el mismo paso, transportaban la litera.

-Tu esclava escucha  - respondió Xayide.

-Cuando luche con tus gigantes blindados - continuó Bastian-, vi que son sólo una armadura y están huecos por dentro. ¿Cómo se mueven?

-por mi voluntad -contestó Xayide sonriendo-. Precisamente porque están vacíos la obedecen. Todo lo que está vacío puede mi voluntad gobernarlo .

Observo a fijamente a Bastian con sus ojos de colores. Bastian se sintió turbado de una forma vaga por aquella mirada, pero ella había bajado ya las pestañas.

-¿Podría gobernarlos yo con mi voluntad? -pregunto Bastian.

- luego, señor y maestro -respondió ella-, y cien veces mejor yo, que comparada contigo no soy nada. ¿Quieres intentarlo?

-Ahora no -replico Bastian, aquien el asunto le resultaba inquietante-. Quizá en otra ocasión.

-Encuentras realmente más agradable -continuó Xayide- cabalgar sobre una mula que  ser llevado por figuras que tú propia voluntad mueve?

-A Yicha ble gusta llevarme - dijo Bastian un poco malhumorado-. Se alegra de poder hacerlo.

-Entonces, ¿Lo haces por ella?

-¿Por qué no? -contestó Bastian-. ¿Que hay de malo?

Xayide dejo escapar un humo verde por la boca.

-Oh, nada, señor. ¿Cómo podría ser malo lo que tú haces?

-¿A dónde quieres ir a parar, Xayide?

Ella inclinó su cabeza de cabellos de color de fuego.

-Piensas demasiado en los demás, señor y maestro -susurró-, y nadie merece que distraigas tu atención e importante desarrollo. Si no te enojas conmigo, señor, me atreveré a darte un consejo: ¡Piensa más en tu perfeccionamiento!

-¿Qué tiene eso que ver con la vieja Yicha?

-No mucho, señor, casi nada, únicamente... Que no es una montura digna de alguien como tú. Me mortifica verte sobre un animal tan... Vulgar. Todos tus compañeros de viaje se extrañan de ello. Tú, señor y maestro eres el único que no sabe lo que te mereces.

Bastian no dijo nada, pero las palabras de Xayide le habían hecho mella.

Cuando el ejército, con Bastian y Yicha en cabeza, atravesaba al día siguiente un maravilloso paisaje verde, interrumpido de vez en cuando por bosquecillos de aromáticos saúcos, Bastian aprovechó la pausa del mediodía para seguir la sugerencia de Xayide.

-Oye, Yicha -dijo acariciándole el cuello a la mula-, ha llegado el momento de separarnos.

Yicha dio un grito de dolor.

-¿Por qué señor? -se lamentó-, ¿Tan mal he cumplido mi obligación? -De las comisuras de sus oscuros ojos de animal brotaron lágrimas.

-Claro que no -se apresuró a consolarla Bastian-. Al contrario, me has llevado tan suavemente durante este largo camino y has sido tan paciente y voruntariosa  que, en agradecimiento, quiero recompensarte.

-No quiero otra recompensa -contestó Yicha-; quiero seguir llevándote. ¿Qué otra cosa mejor podría desear?

-¿No dijiste -continuó Bastian- que te entristecía no poder tener hijos?

-Si - dijo Yicha apenada- porque me gustaría hablarles de estos días cuando sea muy vieja.

-Está bien -dijo Bastian-,  entonces te contaré ahora una historia que se hará verdad. Y quiero contartela a ti, a ti sola, porque es la tuya.

Cogió una de las largas orejas de Yicha y susurró:

-No muy lejos de aquí, en un bosquecillos de sauces, te espera el padre de tu hijo. Es un corcel blanco con alas de pluma de cisne. Sus crines y su cola son tan largas que llegan al suelo. Nos sigue en secreto desde hace ya dias, porque está enamorado de ti para siempre.

-¿De mí? -exclamó Yicha casi asustada-. ¡Pero si soy sólo una mula y, además, ni siquiera soy joven!

la historia  sin finDonde viven las historias. Descúbrelo ahora