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Con movimientos lentos y majestuosos descendió de la duna. Cuando piso la arena azul ultramar, su color cambió también, de forma que piel y melena fueron igualmente azules. El gigantesco animal se quedó un segundo ante Bastián, que tenia que mirarlo como mira un ratón a un gato, y luego, repentinamente, Graógraman se echó, humillando la cabeza ante el chico hasta tocar el suelo.

-Señor -dijo-, soy tu siervo y aguardo tus órdenes

-Quisiera salir de este desierto -explicó Bastián-. ¿Puedes sacarme de aquí?

Graógraman sacudió la melena.

-Eso, señor, no puedo hacerlo.

-¿Por qué?

-porque llevo el desierto conmigo.

Bastián no pudo comprender lo que el león quería decir.

-¿No hay otra criatura -preguntó- que pudiera sacarme de aquí?

-¿Cómo podría ser eso, señor? -respondió Graógraman-. Donde yo estoy no puede haber ser viviente no puede ser viviente a la redonda. Mi sola presencia basta para reducir a cenizas, a una distancia de mil kilómetros, a los seres más poderosos y terribles. Por eso me llaman la muerte multicolor y el rey del desierto de colores.

-Te equivocas -dijo Bastián-: no todos los seres arden en tu reino. Yo, por ejemplo, puedo hacerte frente, como ves.

- porque llevas el esplendor, señor ÁURYN te protege... hasta del más mortífero de todos los seres de fantasía. Te protege hasta de mí.

-¿Quieres decir que si no tuviera la alhaja ardería también y quedaría reducido a un montoncito de cenizas?

-Así es, señor, y sucedería aunque yo mismo lo lamentaría. Porque eres el primero y el único que ha hablado conmigo jamás.

Bastián cogió el signo. -¡Gracias, Hija de la Luna! -dijo en voz baja.

Graógraman se enderezó otra vez en toda su alzada, y contempló a Bastián desde arriba.

-Creo, señor, que tenemos muchas cosas que decirnos. Quizá pueda revelarte secretos que no conoces. Quizá puedas tu puedas también explicarme el enigma de mi existencia que me está oculto.

Bastián asintió.

- si fuera posible, quisiera ante todo beber algo. Tengo mucha sed.

-Tu siervo escucha y obedece -respondió Graógraman-. ¿Quieres dignarte de subir a mis espaldas? Te llevare a mi palacio, donde encontrarás cuanto necesites.

Bastián se subió a las espaldas del león. Se agarró con ambas manos a la melena, cuyos mechones lo envolvían como lenguas de fuego. Graógraman volvió hacia el la cabeza.

-sujétate bien, señor, porque corro mucho. Y otra cosa mas quisiera pedirte: Mientras estés en mi reino o simplemente conmigo... ¡Prométeme que por ningún motivo Y en ningún momento abandonarás la alhaja protectora!

-Te lo prometo -dijo Bastián

Entonces el león se puso en movimiento, al principio todavía lenta y majestuosamente, y luego cada vez mas aprisa. Asombrado, Bastián veía como, en cada nueva colina, la piel y la melena del león cambiaban de color, de acuerdo siempre con el color de la duna

la historia  sin finDonde viven las historias. Descúbrelo ahora