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Cuando la emperatriz infantil hubo subido los últimos peldaños, dio un suave suspiro y miró hacia atrás. Su túnica amplia y blanca estaba rasgada: Se había quedado enganchada en todos los signos de puntuación, ángulos y puntas de la escala de letras. Aquello no era nuevo para ella, porque las letras no siempre la trataban bien. Era una cuestión de reciprocidad.

Vio ante si el huevo y la abertura redonda en que terminaba la escala. Entró por ella. La abertura se cerró inmediatamente detrás. Sin moverse, la emperatriz infantil espero en la oscuridad lo que pudiera suceder.

Sin embargo, al principio no pasó nada en mucho tiempo.

-Aquí estoy -dijo ella por fin en la oscuridad, en voz baja. Su voz resonó como en un gran salón vacío... ¿O había sido otra voz, mucho más profunda, la que había respondido con las mismas palabras?

Poco a poco se pudo ver en las tinieblas un resplandor rojizo y débil. Salía de un libro que, cerrado, flotaba en el aire en el centro de la estancia de forma de huevo. Estaba inclinado, forma que ella podía ver su encuadernación. Tenía las tapas de color cobre y, lo mismo que en la alhaja que la emperatriz infantil llevaba al cuello, también en el libro se veían dos serpientes que se mordían mutuamente la cola formando un óvalo. Y en ese óvalo estaba el título:

LA HISTORIA INTERMINABLE

La cabeza de Bastian le daba vueltas. ¡Era exactamente el mismo libro que estaba leyendo! Lo miró otra vez. Si, no había duda: El libro que tenía en las manos era el libro del que se hablaba. Pero, ¿Cómo podía aparecer ese libro dentro de si mismo?

La emperatriz infantil se había acercado y miraba, al otro lado del libro flotante, el rostro de un hombre, iluminado desde abajo por las abiertas hojas con un resplandor azulado. Aquel resplandor salía de las letras del libro, que eran de color verdemar.

El rostro del hombre parecía la corteza de un árbol viejísimo, por lo lleno que estaba de surcos, tenia la barba larga y blanca y sus ojos estaban tan hundidos en cuevas oscuras que no se podían ver. Llevaba una cogulla azul de monje, con capucha, y tenía en la mano una pluma con la que escribía en el libro. No levantó los ojos.

La emperatriz estuvo largo tiempo en silencio, mirándolo. En realidad, lo que hacía el hombre no era escribir: Más bien deslizaba la pluma lentamente sobre lalas páginas en blanco y las letras de las palabras se formaban por sí solas, como si surgieran del vacío.

La emperatriz infantil leyó lo que ponía y era exactamente lo que en aquel momento estaba ocurriendo, es decir: << la emperatriz infantil leyó lo que ponía...>>.

-Escribes todo lo que ocurre -dijo ella.

-Todo lo que escribo ocurre -fue la respuesta. Y otra vez era aquella voz profunda y oscura, que ella había escuchado como un eco de sus propias palabras.

Lo curioso era que el viejo de la montaña no había abierto la boca. Había anotado sus palabras y las de ella, y ella las había oído como si sólo recordarse que él acababa de hablar. -Tú y yo -pregunto- y toda fantasía... ¿Todo está anotado en ese libro?

Él siguió escribiendo y, al mismo tiempo, ella escuchó su respuesta.

-No. Ese libro es toda fantasía y tú y yo

-¿Y donde está el libro?

-En el libro -fue la respuesta que él escribió.

-Entonces, ¿Todo es sólo reflejo y contarrefrejo? -preguntó ella.

Y él escribió mientras ella le oía decir:

-¿Qué se ve en un espejo que mira en otro espejo? Lo sabes tú, señora de los deseos, la de los ojos dorados?

La emperatriz infantil se quedó un rato callada y el viejo, al mismo tiempo escribió que ella callaba.

Entonces ella dijo en voz baja: -Necesito tu ayuda.

-Lo sé -respondió y escribió él.

-si -dijo ella-, asi debe ser sin duda. Tú eres la memoria de fantasía y sabes todo lo que ha sucedido hasta este momento. Pero¿ no puedes hojear tu libro y ver lo que sucederá?

-¡Páginas en blanco! -fue la respuesta-

la historia  sin finDonde viven las historias. Descúbrelo ahora