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Por fin llegaron a lo alto de la torre de rocas. El suelo era y sólo en un costado se alzaba una especie de parapeto natural: una barandilla de losas de piedras.en el centro de esas losas había un agujero, evidentemente hecho con herramientas. Delante del agujero, había un pequeño catalejo, sobre un trípode de madera de raíz.

Énguivuck miró por él, lo ajustó ligeramente haciendo girar unos tornillos y luego hizo con la cabeza un gesto de sastifacion, invitando a Atreyu a echar una ojeada a su vez. Atreyu obedeció la indicación, aunque tuvo que echarse en el suelo y apoyarse en los codos para poder mirar por el tubo.

El catalejo estaba orientado hacia la gran puerta de piedra, de forma que se veia la parte interior de la pilastra derecha. Y Atreyu vio que, junto a esa pilastra , erguida y totalmente inmóvil a la luz de la luna, habia una imponente esfinge. Sus patas delanteras, en las que se apoyaba, eran de león, la parte trasera de su cuerpo de toro, en la espalda tenía unas poderosas alas de águila y el rostro era el de un ser humano... por lo menos en cuanto a la forma, porque su expresión no era humana. Era difícil saber si aquel.rostro sonreía, o reflejaba una tristeza inmensa o una indiferencia total. A Atreyu, después de haberlo contemplado durante un rato le pareció lleno de una maldad y una crueldad abismales, pero enseguida tuvo que corregir su impresión al no encontrar en él más que serenidad.

-¡Déjalo ya! -oyó la voz del gnomo en su oido-. No lo averiguarás. A todo el mundo le pasa igual. También a mí. Durante toda mi vida la he observado y no he podido lograrlo. ¡Y ahora, la otra!

Hizo girar uno de los tornillos, la imagen se desplazó pasando por la abertura del arco, detrás del cual sólo se extendiá una llanura vacia, y a la vista de Atreyu la pilastra de la izquierda donde, en la misma posición, habia una segunda esfinge. Su cuerpo imponente relucía, extrañamente pálido y como de plata líquida, a la luz de la luna. Parecía mirar fijamente a la primera esfinge, de igual modo que la primera miraba inmóvil en su dirección.

-Son estatuas? -Preguntó Atreyu en voz baja, sin poder apartar la vista. 

-¡oh no! -respondio Énguivuck con una risita-. Son do esfinges de verdad, vivas... ¡y muy vivas! Pero para ser la primera vez, ya has visto bastante. Ven, vamos abajo. Te lo explicaré todo.

Y tapó con la mano el catalejo, de forma que Atreyu no pudo ver más. En silencio, regresaron por el mismo camino.       

la historia  sin finDonde viven las historias. Descúbrelo ahora