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Bastián continuaba sentado, contemplando a la hija de la luna

no hubiera podido decir si había pasado mucho tiempo o poco, cuando la hija de la luna le tapó los ojos con la mano.

-¿Por qué me has hecho esperar tanto? -oyó que le preguntaba-. ¿Por qué me has obligado a ir con el viejo de la montaña errante? ¿Por qué no viniste cuando te llamé?

Bastián tragó saliva.

-porque -pudo decir abochornado-, creí que... por muchas razones, también por miedo... Pero en realidad me daba vergüenza, hija de la luna.

Ella retiró la mano y lo miró sorprendida.

-¿Vergüenza? ¿De que?

- Bueno -titubeó Bastián-, sin duda esperabas alguien digno de ti.

-¿ y tú? -pregunto ella- ¿No eres digno de mí?

-Quiero decir -tartamudeo Bastián, notando que enrojecía-, quiero decir alguien valiente y fuerte y bien parecido... un príncipe o algo asi... En cualquier caso, no alguien como yo.

Había bajado la vista y oyó como ella se reía de nuevo de aquella forma forma suave y cantarina.

-ya vez -dijo el- también ahora te ríes de mí.

Hubo un silencio muy largo, y cuando Bastián se decidió por fin a levantar los ojos, vio que ella se había inclinado hacia él, acercándosele mucho. Tenía el rostro serio.

-Quiero enseñarte algo, Bastián -dijo- ¡Mírame a los ojos!

Bastián lo hizo, aunque el corazón le latía y se sentía un poco mareado.

Y entonces vio en el espejo de oro de los ojos de ella, al principio pequeña aún y como muy lejana, una figura que poco a poco se fue haciendo mayor mayor y cada vez más clara. Era un chico, aproximadamente de su edad, pero delgado y de maravillosa hermosura. Tenía el porte gallardo y apuesto, y el rostro noble, delgado y varonil. Parecía un joven príncipe oriental. Llevaba un turbante de seda azul, y también era se seda azul su casaca bordada de plata, que le llegaba hasta las rodillas. Sus piernas estaban enfundadas en altas botas rojas de cuero fino y flexible, cuyas puntas se curvaban hacia arriba. Sobre su espalda le caía desde los hombros un manto que brillaba como la plata, con el alto cuello subido. Lo más hermoso del joven eran sus manos, que parecían finas y distingidas pero, sin embargo insólitamente vigorosas.

Pasmado y lleno de admiración, Bastián contempló aquella imagen. No se cansaba de mirarla. Estaba a punto de preguntar quien era aquel hermoso hijo de rey, cuando lo sacudió como un rayo la idea de que era él mismo .

¡Era su propia imagen, reflejada en los ojos dorados de la hija de la luna!

Lo que le ocurrió en ese momento resurta difícil de describir con palabras. Fue como un éxtasis que lo sacó de si mismo igual que un desvanecimiento llevándolo muy lejos y, cuando volvió a poner el pie en el suelo y hubo vuelto en si por completo, se vio como aquel hermoso joven cuya imagen había visto.

se miró, y todo era como en los ojos de la hija de la luna: Las botas finas y flexibles de cuero rojo, la casaca azul bordada de plata, el turbante, el largo manto resplandeciente, su figura y -en la medida en que podía darse cuenta- también su rostro. Asombrado, se miró las manos.

Se volvió hacia la hija de la luna.

¡Ya no estaba allí!

se había quedado solo en el espacio redondo que había formado la resplandeciente espesura de las plantas.

-¡Hija de la luna! -llamó por todos lados-. ¡Hija de la luna!

pero no recibió respuesta.

Se sentó desconcertado. ¿Que hacer ahora? ¿Por qué lo había dejado ella solo? ¿A dónde iría él... Si es que podía ira alguna parte y no estaba encerrado como en una jaula?

Mientras  estaba intentando comprender lo que podía haber inducido a la hija de la luna a dejarlo sin una explicación ni una palabra de despedida, sus dedos juguetearon con un amuleto dorado que colgaba de su cuello en una cadena.

Lo miró y lanzó una exclamación de sorpresa.

¡Era AURYN, la alhaja, el esplendor, el signo de la emperatriz infantil que hacía a los que lo llevaban representantes suyos! La hija de la luna le había dado poder sobre todos los seres y las cosas de fantasía. Y mientras él llevará ese signo, sería como si estuviera con él.

Bastián miró largo tiempo las dos serpientes, clara y oscura, que se mordían mutuamente la cola formando un óvalo. Luego volvió el medallón y, con gran sorpresa por su parte, encontró en el reverso una inscripción. Eran cuatro palabras breves, escritas con unas letras peculiarmente entrelazadas:

HAZ LO QUE QUIERAS

De aquello no se había hablado hasta entonces en la Historia Interminable ¿No habría notado Atreyu esa inscripción?


la historia  sin finDonde viven las historias. Descúbrelo ahora