Luego volvió la cabeza hacia una pequeña puerta situada al otro extremo de la caverna.
-Entra ahí, señor, y lo encontrarás todo dispuesto para ti. Ese aposento te espera desde tiempo inmemorial.
Bastián se dirigió hacia la puerta pero, antes de entrar por ella, se volvió otra vez. Graógraman se había echado sobre el bloque de piedra negra y ahora el mismo era negro como la roca. Con una voz que era casi como un susurro, el león dijo:
-Escucha, señor: es posible que oigas ruidos que te espanten. ¡ pero no te preocupes! Nada puede ocurrirte mientras lleves el signo.
Bastián asintió y atravesó la puerta.
Ante él había una estancia, decorada de la forma más espléndida. El suelo estaba cubierto de alfombras suaves y de vivo colorido. Las delgadas columnas, que soportaban una bóveda de muchos arcos, estaban cubiertas de mosaicos dorados que reflejaban en mil pedazos la luz de las lámparas, las cuales brillaban aquí también en todos los colores. En un ángulo había un ancho diván de colchas y cojines blandos de toda clase, cubierto por una tienda de seda azul. En la otra esquina, el suelo de piedra estaba excavado formando una gran piscina el la que humeaba un líquido luminoso de color dorado. En una mesita baja había cuencos y platos con manjares y también una jarra con una bebida de color rubí y una copa dorada.
Bastián se sentó al estilo árabe junto a la mesita y empezó a servirse. La bebida agria y salvaje, pero apagaba la sed de una forma maravillosa. Los alimentos eran totalmente desconocidos para Bastián. Ni siquiera hubiera podido decir si se trataba de pasteles, grandes guisantes o frutos secos. Algunos parecían calabazas y melones, pero su gusto era totalmente diferente: Picante y aromático. Sabían sensacional y sabrosamente. Bastián comió hasta hartarse.
luego se desnudó -lo único que no se quitó fue el signo- y se metió en el baño. Durante un rato chapoteó en el raudal de fuego, se lavó, buceó y resopló como una morsa. Entonces descubrió unas botellas de extraño aspecto que había al borde de la piscina. Pensó que serían sales de baño. Despreocupadamente, echó en el agua de cada clase. Algunas produjeron llamas verdes, rojas o amarillas, que borbotearon en la superficie haciendo un poco de humo. Olían a resina y hierbas amargas.
Finalmente Bastián salio del baño, se secó con suaves toallas que había dispuestas y se vistió de nuevo. Al hacerlo le pareció que las lámparas de la habitación ardían de pronto con menos fuerza. Y entonces llegó a sus oídos un ruido que hizo que un escalofrío le recorriera la espalda: un crujido y un chasquido, como si estallara una gran roca de hielo, que se extinguió en un gemido cada vez más suave.
El ruido no se repitió. Pero el silencio era casi más espantoso aún. ¡Tenía que averiguar lo que había sucedido!
Abrió la puerta de la alcoba y miró dentro de la gran caverna. Al principio no pudo descubrir ningún cambio, salvo que las lámparas ardían mas apagadamente y su luz empezaba a pulsar como el latido de un corazón, cada vez más lentamente. El león estaba todavía en la misma posición sobre el bloque de piedra negra y parecía mirar a Bastián.
-Graógraman -llamo Bastián en voz baja-. ¿Que ha pasado? ¿Que ruido era ése? ¿Has sido tu?
El león no respondió ni se movió, pero cuando Bastián se dirigió hacia él lo siguió con los ojos.
Bastián extendió titubeando la mano para acariciarle la melena, pero apenas la había tocado retiro la mano asustado. Estaba dura y helada como la piedra negra, y lo mismo pasaba con el rostro y las zarpas de Graógraman.
Bastián no supo qué hacer. Vio que los negros batientes de piedra de la gran puerta se abrían despacio. Sólo cuando estaba ya en el largo pasillo oscuro y subía por las escalera se preguntó qué buscaba allí fuera. No podía haber nadie en aquel desierto capaz de salvar a Graógraman.
¡Pero ya no había desierto!
En la oscuridad de la noche comenzaba a brillar y a resplandecer por todas partes. Millones de diminutos brotes de plantas surgían de los granos de arena, que eran otra vez semillas. ¡Perelín, la selva nocturna, había empezado otra vez a crecer!
Bastián sospechó de pronto que la congelación de Graógraman, de alguna forma, tenía que ver con ello.
Volvió otra vez a la caverna. La luz de las lámparas temblaba aún, muy débilmente. Llegó hasta el león, le pasó el brazo por el poderoso cuello y apretó su cara contra el rostro del animal.
Ahora también los ojos del león eran negros y muertos como la piedra. Graógraman estaba petrificado. Hubo un ultimo estremecimiento de las luces, y luego todo se hizo oscuro como una tumba.
Bastián lloró amargamente y el rostro del león de piedra se mojó con las lágrimas. Por fin se echó, acurrucado entre las poderosas patas delanteras del león, y se durmió.

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la historia sin fin
FantasiaBastian Baltasar Bux es un chico tímido al que le encanta leer y tiene una portentosa imaginación. en un extraño libro averigua que el reino de fantasía esta en peligro y asombrado, lee que Bastian Baltasar Bux debe unirse a Atreyu, un vali...