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Pero finalmente Graógraman comenzó a dar saltos poderosos de una cima a otra. Y corrió a toda velocidad sin que sus poderosas zarpas tocaran apenas el suelo. El cambio de su piel se produjo cada vez más velozmente, hasta que a Bastián comenzó a írsele la vista y vio todos los colores al mismo tiempo, como si el enorme animal fuera un sólo ópalo irisado. Tuvo que cerrar los ojos. El viento, caliente como el mismo infierno, silbaba en sus orejas y de daba tirones del manto, que revoloteaba tras él. Sentía el movimiento de los músculos del cuerpo del león y olía la maraña de su melena que exhalaba un olor salvaje y excitante. Lanzó un grito de triunfo, que sonó como el de un ave de rapiña, y Graógraman le respondió con un rugido que hizo temblar el desierto. En aquel momento, los dos fueron uno, por grande pudiera ser la diferencia entre ellos Bastián estaba como borracho y solo volvió a recuperar el sentido cuando oyó decir a Graógraman:

-Hemos llegado, señor. ¿Quieres dignarte bajar?

De un salto Bastián bajó al suelo de arena. Delante de él vio una escarpada montaña de roca negra... ¿O eran las ruinas de un edificio? No hubiera podido decirlo, porque las piedras, que yacían alrededor semicubiertas de arena multicolor o formaban arcos, muros y columnas, estaban llenas de profundas grietas y hendiduras, y erosionadas como si, desde tiempos inmemoriales, las tormentas de arena hubiesen pulido sus aristas y desigualdades,

-Éste, señor -oyó decir Bastián al león-, es mi palacio... y mi tumba. Entra y se bienvenido, como primero y único huésped de Graógraman.

El sol había perdido ya su fuerza abrasadora y estaba grande y amarillo pálido, sobre el horizonte. Evidentemente, la cabalgada había durado mucho más de lo que le había parecido a Bastián. Los pedazos de columnas o agujas de roca, fueran lo que fueran, arrogaban ya sus sombras alargadas. Pronto seria de noche.

Cuando Bastián siguió a Graógraman, a través de un arco oscuro que llevaba al interior del palacio, le pareció que los pasos del león eran menos vigorosos que antes;incluso lentos y pesados.

A través de un pasillo oscuro, por diversas escaleras que subían y bajaban, llegaron a una gran puerta, cuyas hojas parecían hechas igualmente de roca negra cuando Graógraman se dirigió a ella, la puerta se abrió por si sola, y cuando Bastián hubo entrado también, se cerró la puerta tras el.

Estaban ahora en una espaciosa sala o, mejor dicho, en una gruta iluminada por cientos de lámparas. El fuego que ardía en ellas se parecía al jugueteo de las llamas de colores de la piel de Graógraman. En el centro, el suelo, cubierto de mosaicos de colores, se alzaba escalonadamente hasta una plataforma redonda sobre la que descansaba un bloque de piedra negra. Graógraman volvió lentamente hacia Bastián su mirada, que ahora parecía como apagada.

-Mi hora está próxima, señor -dijo, y su voz sonó como un cuchicheo- y no habla tiempo de hablar. Sin embargo, no te preocupes y aguarda al dia. Lo que siempre ha ocurrido ocurrirá también. Y quizá puedas decirme por qué.

la historia  sin finDonde viven las historias. Descúbrelo ahora