- Esto es por ti. - susurró.
Le apreté la mano antes de llevarla hasta mi pecho. Su palma grande presionó justo por encima de mi pecho izquierdo, deseando sentir exactamente lo que yo sentía. Mi sangra palpitaba, el corazón latía con fuerza. Justin sonrió, mostrándome sus hoyuelos. Se acercó más a mí, manteniendo el contacto, y empujando mi cabeza a un lado para dejar leves besos en el cuello. Dejé escapar un jadeo entrecortado cuando empezó a chupar y mordisquear la piel. Se rió, y supe que había sentido mi corazón acelerarse con su toque. Se echó hacia atrás, con una sonrisa.
- Me encanta el hecho de que sea por mí.
Me sonrojé y miré hacia abajo. Su mano se movió hacia mi barbilla. Sentí su pulgar frotar suavemente mi labio inferior.
- Prométeme que por lo menos pensarás en ello. - dije en voz baja.
Justin me dio un pequeño asentimiento. Sonreí, inclinándome hacia él y dándole un largo beso en la mejilla.
- Para ti. - susurré.
Le sonreí antes de intentar bajarme del mostrador. Pero él me lo impidió ahuecando con sus piernas mis muslos. Supe lo fuerte que era cuando me volvió a sentar.
- ¿A dónde vas? - preguntó.
- A limpiar.
- No, quédate ahí, lo haré yo. - dijo antes de girarse.
- Puedo ayu...
- No quiero que te hagas daño, quédate ahí, __.
Resoplé sacudiendo la cabeza mientras lo observaba inclinarse hacia los fragmentos rotos. Su proteccionismo era abrumador a veces. Pero en este caso, no me dejaba hacer nada. Me bajé y cuidadosamente me acerqué a él, con cautela evitando las piezas cortantes. Me puse de cluquillas frente a él, recogiendo los fragmentos más grandes.
- __, déjalo.
- Ya está, Justin.
Me miró fijamente por unos segundos. Miré su mandíbula tensa, debido a mi desafío. Sabía que estaba acostumbrado a salirse con la suya. Pero tuvo que aceptar el hecho de que no todo el mundo iba a cumplir con sus demandas. Miró de nuevo los platos rotos, recogiéndolos.
Sólo quedaban unos pequeños fragmentos. Extendí la mano para coger uno y tirarlo a la bolsa de la basura. Aspiré bruscamente. Me moría de dolor mientras veía cómo la sangre se filtraba a través del corte.
- ¿Qué era lo que te había dicho? - habló duramente.
Agarró mi muñeca, tirando de mí hacia el fregadero. Le permití que me pusiera encima, con las piernas colgando sobre el borde de la encimera. Abrió la llave del agua y puso mi mano bajo el agua fría. Me estremecí cuando el líquido lavó la sangre. Tenía el ceño fruncido.
- No puedes protegerme de todo. - dije en voz baja.
Su rostro se suavizó antes de mirarme. Sus ojos oscuros clavados en mi rostro.
- Puedo intentarlo.