Capítulo 52: Una conversación reveladora

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" ...Por tanto mi querido Jamie, te pido que no me vuelvas a escribir. Es mejor que nos centremos en lo bueno de todo esto, en los recuerdos que atesoro en mi corazón de aquella noche de mediados de septiembre, en el palacio de Holyrood, en Edimburgo, cuando creí que el amor todo lo vencería.

Nunca te olvidaré.

Prométeme que serás feliz.

Tu Rory"

Jamie releyó aquella carta que se le había caído del libro de botánica que estaba consultando en la biblioteca de Annandale. Pidió que le trajeran el té, se sentó en su sofá preferido y pensó en aquella persona que tanto había significado para él. 

"Mi orquídea...." pensó pasando el dedo por su elegante y afilada caligrafía. 

Él la había amado también, tanto como a Dana Marlborough, la joven ama de llaves que ahora yacía en una tumba cerca del panteón familiar en el amplio jardín de la mansión que a punto había estado de perder debido a la mala administración de Poppy. 

"Tantas, penas... ¿Por qué tuviste que matar a nuestro biznieto, Poppy...? "  le reprochó en silencio. James todavía no podía hacerse a la idea. Su esposa pertenecía a la nobleza; su apellido Seymour, la emparentaba con la realeza y ahora James se daba cuenta de que ella no había tenido nada de noble, ni había habido un ápice de bondad en su espíritu resentido y amargado. Había sido un ser tan ruin y egoísta que había ordenado asesinar a un inocente, solo para satisfacer su venganza contra el linaje de su amada Dana. 

 Ahora, su descendiente Candice le había devuelto la sonrisa y la confianza en los designios de la vida. Ella era lo más valioso que tenía, porque para Jamie, ella representaba el pedazo de corazón que había perdido tras la trágica muerte de su querida amante en el parto de su primogénita. De haber sido más valiente, se habría enfrentado a la sociedad y se habría separado de aquella pérfida mujer. Poppy solo le había traído desgracias, aunque agradecía a Dios el regalo de la familia que ella le había dado. Siempre lamentaba la muerte prematura de su primogénito, Lance, asesinado en la Gran Guerra. Y también lamentaba que su hija mediana hubiera tenido la mala suerte de elegir a un perdedor, a aquel desgraciado que le había puesto la mano encima: Seraphin Doyle. Por suerte desde que se había ido a vivir con su amante ya no habían vuelto a tener noticias suyas.

"Tanto mejor, menudo mequetrefe..." pensó el conde con profundo desprecio.

Benjamín, muy hábilmente se había encargado de arreglarle los papeles del divorcio y ahora su hija Leticia se había vuelto más seria y taciturna que de costumbre. Sus nietos crecían con salud y el pequeño Jamie había vuelto a sonreír, después de pasar largas semanas encerrado en su cuarto. Según le había dicho el médico era normal, puesto que había sido testigo del accidente mortal de su abuela. Pero Candy también había contribuido en mucho a su recuperación. Su nieta parecía tener una energía inagotable y también dedujo que en esto el joven Ardlay tenía mucho que ver.

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