Capítulo 130

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Olivia estaba caminando de un lado a otro en el departamento, su mano aferrada a su celular en espera de una llamada o mensaje. ¿Angustia? ¿Enfado porque le habían mentido en su cara? ¿Decepción porque no se esperaba una actitud así? No tenía idea de qué era lo que sentía, solo quería que Emma entrara por la puerta en ese instante.

Decidió sentarse porque empezó a marearse. Por su cabeza pasaban mil escenarios negativos en los que podría estar involucrada su hija y estaba desesperada por asegurarse que estuviera a salvo. Llevaba horas conteniendo las ganas de llamar a Morales para rastrear el celular de su hija o llamar a Elliot para que la buscara en los hospitales. El sonido de la puerta abrirse la alertó, alejándola de pensamientos negativos. Su hija estaba en casa, al parecer sana y salva. La preocupación fue reemplazada por indignación. Respiró profundo para calmarse y pedir explicaciones antes de poner castigos. En sus más de quince años como madre, nunca se esperó estar en una situación como esa.

Sweety, que la había perseguido por todas las habitaciones las primeras tres veces hasta que optó por verla entrar y salir de la sala desde la comodidad del sofá, en otras circunstancias habría corrido a saludar a Emma, sintió el ambiente tenso y saltó del sofá para caminar hacia la habitación principal.

—Sweety, ¿no vas a saludarme? —preguntó Emma animada—. Hola mamá. ¿Será que está enferma? Nunca antes me había recibido así —se acercó a su madre y besó su mejilla.

—Nada está mal con Sweety. Siéntate, Emma. Tenemos que hablar —dijo con seriedad, haciendo un gesto hacia el sofá de tres puestos diagonal a ella.

—¿Pasó algo? —la joven morena no se movió de su lugar.

—Por favor, haz lo que te pido.

—Si pasa algo malo quiero saberlo. ¿Es papá? ¿Tía Alex?

—Ellos están bien. Siéntate —repitió la orden con firmeza.

Emma conocía ese tono de voz. No había ninguna mala noticia que dar, excepto para ella o más probable, sobre ella. Ese tono y esa mirada que le estaba dando su madre era usado para interrogatorios, nunca antes habían sido dirigidos a ella. Su cuerpo se puso rígido. Quería salir del departamento antes de que ardiera Troya y justo cuando iba a poner una excusa para salir, su madre habló.

—¿Tienes algo que quieras decirme?

"Estúpida Emma, creíste que no se daría cuenta."

—¿Emma?

"Piensa rápido. Si pregunta es porque ya sabe... ¿o quizás se lo imagina y me está probando?"

—¿No? ¿Nada? —ella resopló molesta y esperó unos segundos más a alguna confesión por parte de su hija—. Bien. Ya que no tienes nada para decirme voy a hacer las preguntas. Quiero que me expliques, ¿qué demonios estuviste haciendo estos tres últimos días que has faltado al colegio?

"Mierda. Mierda ¡Mierda! Sabía lo que esa mirada quería decir. ¿Quién carajos la llamó?"

—Me llamó el director —contestó la pregunta no formulada de su hija que miraba a cualquier lugar menos a ella—. Mágicamente cambiaron el número de mi celular de la información en línea que tienen y tu registro estaba desaparecido por lo que no pudieron llamarme antes a preguntar por tu inasistencia. ¿Sabes algo sobre eso? —el silencio empezaba a frustrarla, si su hija no hablaba era porque hizo lo que creía que hizo—. El director también me dijo que el día miércoles en la mañana la alumna Marshall entró al colegio, al parecer luego de una batalla en la guerra y que el martes tuvo que separarlas por una pelea.

Más silencio. Estaba a nada de perder la paciencia. Lo peor que podían hacerle era quedarse callados cuando lo que necesitaba eran respuestas a sus preguntas. No había criado a su hija en un entorno de violencia y odiaba la idea de que hubiera golpeado a su compañera, pero sobre todo que faltara tres días a clases y no saber qué hizo todas esas horas y a los peligros a los que pudo estar expuesta.

Sacrificio de AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora