Capítulo 65

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La rutina para Liv había sido la misma por días, era igual a diario pero no estaba para nada aburrida de ella. Por las mañanas desayunaba con su hija, la iba a dejar al colegio y camino a la estación llamaba a Elliot para ver qué tal había amanecido; en la tarde, como siempre, iba a almorzar con su hija y regresaba a trabajar; y antes de las cinco de la tarde ella estaba en el departamento de Elliot, ayudándolo con todo lo necesario y preparando la cena para ambos.

Emma también había desarrollado su propia rutina y aunque la mantenía demasiado ocupada, la hacía feliz. Todos los viernes se había autoinvitado a casa del nuevo novio de su madre. Al principio habían discutido un poco sobre ello pero ella se había salido con la suya, alegando que a Elliot le hacía bien ver a otras personas de vez en cuando. Ya llevaban cuatro semanas teniendo ese plan y todos estaban felices de llevarlo a cabo. No había tenido tiempo de salir con Matt tanto como deseaba; entre los entrenamientos en Chelsea Piers, el colegio, las cheerleaders y las cenas de los viernes; su semana se iba volando, así que aprovechaba el tiempo en el colegio para pasarlo con él.

Elliot, por otro lado, se empezaba a volver loco con su inactividad y encierro. Llevaba mucho mejor el tema de las pesadillas sobre lo que había pasado desde que estaba en terapia para tratar el estrés post-trraumático que le había disgnosticado su doctor. Su terapeuta, hombre por supuesto y no Megan, ya que desde que había hablado y aclarado su relación con Liv había dejado de lado a la psicóloga; lo había felicitado por su mejoría. La doctora Turner era cada vez más optimista con su recuperación pero seguía insistiéndole que se tomara las cosas con calma. Ya podía hacer más cosas sin agitarse pero según ella no debía forzar su cuerpo y su corazón. Ninguno de los buenos diagnósticos sobre su salud, tanto física como mental, disminuía su disgusto por estar de baja. Sólo le tocaba entretenerse con las visitas que tenía durante el día. Aunque si era sincero con él mismo, la que más esperaba era la de Liv. Amaba a sus hijos pero verla a ella inundaba su corazón de felicidad y su alma de paz.

—¡Papá! —repitió Kathleen por tercera vez y por fin había podido sacarlo de su ensoñación—. Bienvenido a la Tierra, Señor Stabler.

—¿Qué pasó, cariño? —preguntó él, ahora sí centrando toda su atención en su hija y no en Liv como siempre.

—Te hablaba de tu nieta pero ya veo que tienes la mente en otra cosa. ¿Puedo saber en qué? —sonrió. El hombre que tenía delante de él era el mismo que había sido su padre hace 15 años y no ese hombre que parecía un fantasma buscando resolver sus pendientes.

—En nada en específico. Sólo me estoy volviendo loco dentro de estas cuatro paredes.

—Ya puedes salir de aquí y caminar un poco.

—Sí, no más de cinco cuadras. Dos cuadras y media de ida y las mismas cuadras de venida.

—Debemos considerar que las cuadras en New York son mucho más largas que... ¡Te entiendo! —aceptó al recibir la mirada de desacuerdo de su padre—. Los Stablers no nacimos para estar encerrados, lo sé.

—Necesito volver al trabajo. 

—¿Porque verás a Olivia en todo ese tiempo? —inquirió con una mirada penetrante y una media sonrisa. Había seguido a su padre esta la ventana y él al escuchar el nombre de Olivia se giró al instante—. ¿Cómo van las cosas con ella? Porque si van, ¿no?

—Kathleen...

—Tienen que ir de maravilla para que tengas esa sonrisa todo el tiempo. Estoy muy feliz por ti, papá.

—Todo esta bien, Kath.

—¿Entonces...?

—¿Entonces? —repitió su pregunta y volvió a sentarse en su sofá, en el que por cierto se sentía mucho más cómodo que en la cama.

Sacrificio de AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora