Capítulo 4

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Apenas había amanecido y Luisita ya estaba despierta. Había pasado una mala noche, no había dejado de dar vueltas y su cabeza tampoco, algo le preocupaba. Sin querer darle mucha más importancia a esa sensación, Luisita se levantó cargada de energía, se acercó a la habitación de sus hermanos, Cata y Ciriaco, y con unas carantoñas logró despertarles. Era miércoles por la mañana y hoy tenía que llevar a los pequeños al colegio mientras  que su madre iba al banco y su padre y su abuelo abrían el bar.  

Desde su llegada a Madrid, Luisita no había tenido tiempo para nada, que si llevar a sus hermanos al colegio, que si recoger a Manolín al entrenamiento de fútbol, que si llevar a Marisol a clases de baile, que si abrir el bar, que si ir al mercado etc. Su vida no era muy diferente a la que tenía en Barcelona; los días que no estaba en la peluquería de su tía Clara, estaba o bien cuidando de sus primas o bien de los hijos de su hermana Lola. La cuestión era no parar.  Sin embargo, hoy parecía ser un día diferente.

- Pero, hija, ¿qué te pasa? que no paras de ir de un sitio a otro. - Le preguntó su madre mientras veía como su hija fregaba el desayuno de sus hermanos para después ir corriendo al baño.

- ¿A mí? Nada. - Respondió desde el baño.

- ¿Seguro? Te noto como nerviosa, como  con ansía.

- ¡Qué ansía ni que niño muerto!  Estoy perfectamente mamá, que siempre andas igual, te montas cada película - miró su reloj de pulsera - pues qué me va a pasar que tienes unos hijos que son unos tardones. ¡Cata! ¡Ciriaco! - gritó - es que al final llegaremos tarde al colegio, como si lo viera. 

- A mí no me engañas Luisita, esa verborrea tan temprana es por algo

- Lo que tú digas, mamá. ¡Cata! ¡Ciriaco! ¡O salís ya o no pienso llevaros al cine nunca más! - gritó, miró a su madre desde el pasillo. - Esta amenaza siempre funciona.  - Le susurró mientras Cata y Ciriaco salían corriendo de su habitación y se colocaban delante de ella. Ciriaco miró el reloj.

- Aún faltan más de 20 minutos y tardamos 10 minutos en llegar. No entiendo por qué nos metes prisa.

- Porque a los sitios siempre hay que llegar con tiempo Ciriaco, no es bonito hacer esperar a la gente.

-Pero ¿qué gente? Si los profesores y los alumnos llegan a la misma hora que nosotros.

Ciriaco la miró extrañado.

- ¡Venga! vámonos, poneos los abrigos. ¡Sois como niños! - bromeó Luisita.

- Es que somos niños. - Respondió su hermano con obviedad.

Luisita contuvo la risa mientras acariciaba el pelo rubio de Ciriaco y le ayudaba a ponerse el abrigo. En cuanto estuvieron listos, se despidieron de Manolita y se fueron.


*****

Se despidió de sus hermanos con un beso y  tras verles entrar por la puerta de la escuela se marchó corriendo al bar. Como sabía que su madre iba a estar en el banco, se había ofrecido, el día anterior, a echar una mano en el negocio familiar. 

-¡Buenos días!.

- ¡Buenos días charrita! - Respondió Pelayo - ¡Vaya carita que me traes!

- ¿Qué le pasa a mi cara? ¿Está bien? ¿Me he manchado? ¿Qué tengo?

- Nada, nada, que tienes unos colores ¿qué te pasa?.

- ¡Otro como mamá! ¡qué no me pasa nada!  - Respondió alzando un poco la voz.

- A tu abuelo no les alces la voz ¿eh? - Le reprendió Marcelino desde la cocina.

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