Para ser verano el bar estaba hasta arriba de vecinos y de turistas que habían visto en su guía particular "El Asturiano" como el lugar con las mejores croquetas de Madrid y habían decidido que hoy era el día perfecto para probar ese delicioso manjar casero.
- ¡Papá, otra de croquetas! - Gritó Luisita mientras se hacía paso para dejar la bandeja en la barra.
- Menos mal, charrita, que nos estás echando una mano. - Apuntó Pelayo tras ver el grupo de cuatro que se acababan de sentar en la terraza.
- ¡Qué locura, abuelo! - Comentó la rubia que desde que había entrado en el bar no había parado.
- ¡Hija! - Un grito de felicidad invadió el local provocando que todas las miradas se dirigieran a Luisita que seguía en la barra.
- ¡Mamá!- No dudó en ir a abrazarla, la estrechó entre sus brazos y se quedó unos segundos en ella, recordando aquella seguridad que solo las madres eran capaces de transmitir con un solo segundo.
- Cariño, ¿estás bien? - Como buena madre, Manolita sabía que aquel abrazo no era solo por el tiempo que habían estado sin verse, en él se escondían muchas cosas más.
- Sí, mamá, sí. - Sus ojos brillaron una centésima de segundos, por suerte para ella, supo frenar aquella emoción.
- ¡Uy! Esa mirada me dice todo lo contrario ¿Amelia? - Preguntó preocupada.
- Amelia genial - Sonrió intentando zanjar la conversación, no era el momento con toda la gente que estaba ahí y a ella no le apetecía hablar del tema.
Cuando Amelia se fue con el coche, Luisita decidió dar una vuelta por el barrio, necesitaba caminar, activar su cuerpo, su cerebro y pensar. No entendía qué es lo que le estaba pasando y aquello le generaba más ansiedad de la que ya tenía, necesitaba comprenderse, saber qué es lo que le pasaba a su mente para reaccionar de aquella forma pero no sabía cómo, bueno, sí; Amelia. Amelia era la persona que podía ayudarla y que hasta hacía menos de diez minutos estaba a su lado logrando sacarla de aquella pesadilla, sin embargo, la última vez que la vio no fue paz lo que le invadió si no un miedo incapacitante y una culpa que la empequeñeció hasta convertirse en un ser insignificante. Amelia no era la causante de todo ello, lo sabía ,era consciente que todo lo que había recibido de ella habían sido palabras de amor y de comprensión pero tenerla ahí, esperando algo que no sabía si podría darle, la angustiaba, no quería, no podía fallar a Amelia y sentía que con cada acción era lo único que hacía.
- ¡Perdona!
Una voz logró sacarla de aquel mar de pensamientos.
- Sí, perdone, ¿Qué quiere tomar?
- En verdad, nada, estaba buscando a una persona.
Luisita alzó la mirada y la vio. ¿Qué hacía ahí?
- ¿Qué persona? - Intentó mostrar indiferencia.
- No sé si la conoce, es una joven, de pelo rizado moreno, con ojos... - La mujer se detuvo en seco. - Eres Luisita ¿verdad?
La rubia asintió con un leve gesto, adquirió una expresión seria y fría.
- Lo siento pero Amelia no está.
- ¿Pero está en Madrid?
- No lo sé...
- Sí lo sabes, por favor... - Imploró.
- ¿Para qué lo quiere saber? - Se mostró dura, sabía que aquella visita podía abrir viejas heridas a Amelia. Ambas tenían la esperanza de que los padres de Amelia hubiesen regresado a Zaragoza.

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Kintsugi
RomanceEl kintsugi es la práctica de reparar fracturas de la cerámica con barniz o resina espolvoreada con oro. Plantea que las roturas y reparaciones forman parte de la historia de un objeto y deben mostrarse en lugar de ocultarse. Amelia y Luisita tendrá...