Capítulo 69

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Hay silencios que son inicios y otros que auguran finales, el de Devoción fue un silencio de finales, de aquellos que invaden el ambiente y las palabras dejan de ser útiles puesto que la falta de sonido, de voces indican el desenlace de aquella relación. 

Amelia no creía que fuera capaz de perdonar a su madre por aquello. En su momento entendió la pasividad que mostraba en su adolescencia pero ahora el silencio adquirió un papel activo; ocultó y mintió, dejó que Amelia sintiera una culpa que nunca fue suya.

Miró el móvil, eran las 18:00, había pasado más de dos horas con la mirada fija e intentando mantener la respiración calmada. Su primer pensamiento fue Luisita, deseaba llamarla, oír su voz y sentir aquella tranquilidad que solo ella era capaz de darle pero no podía hacerlo. Se había prometido no llamarla ni escribirle, desde que llegaron a Madrid ninguna de las dos se había puesto en contacto. Tenía que admitir que le apenó que la rubia no le escribiese para saber cómo había ido todo con su madre, era conocedora de su situación en casa, no obstante, ella era consciente de todos los frentes que Luisita tenía abiertos en casa.

Pensó en llamar a Natalia, contarle todo lo ocurrido pero no tenía ganas de hablar, solo quería un lugar donde estar y ese lugar tenía nombre y apellidos. No quiso pensarlo demasiado, buscó su nombre en la agenda y la llamó. Le diría que era algo puntual, que no la volvería a llamar, que solo sería esta vez y no volvería a saber nada de ella.

Esperó varios tonos hasta que soltó su buzón de voz. ¿Sería una señal? No era el momento y nunca lo sería porque sabía que no la volvería a llamar. No iba a tener el valor suficiente para una segunda llamada o para un mensaje. Se refugió en el sofá y dejó que las horas pasaran como otras tantas veces. La apatía y la tristeza la arroparon y la pena se disfrazó de llanto, sintió que regresaba a la casilla de salida. 

****

- Hija ¿cómo vas? - Preguntó Marcelino desde el fijo del bar.

- Bien, bien, pero te escucho muy mal. 

Ese mismo mediodía Luisita cogió su coche y se marchó a Barcelona como ya había decidido y como bien le pidió su hermana mayor. No podía negar que aquel viaje no era un viaje de ensueño pero tenía que ir y quedarse con Lola y Nico, ambos la necesitaban. Sin embargo, había otro motivo más, un motivo que convertía la marcha en huida. Regresar a Barcelona era regresar a su vida sin Amelia, en la ciudad Condal podría vivir sin ella porque ya lo había hecho, en Madrid todo le recordaba a la morena.

- ¿Te falta mucho?

- No, papá, como en una hora o así estaré ya. Me tiene que mandar Lola la ubicación del hospital.

- ¿Vas directa?

- Sí, por lo visto, Lola tiene que ir al laboratorio a revisar no sé qué y necesita que alguien se quede con Nico.

- Muy bien, hija.

- ¿Todo bien por ahí?

- Sï, perfecto.

En verdad, Luisita quería saber si Amelia había pasado por el Asturiano en algún momento. No sabía nada de ella y aunque se esperaba ese silencio, tenía esa necesidad de saber de ella. 

- ¿Y en el bar? ¿Mucho jaleo?

- ¡Qué va! El jaleo de siempre con las personas de siempre.

¿Amelia estaba dentro de la categoría de las personas de siempre? Dudó en si ser más directa, conocía a su padre y la devoción de él por Amelia, si no lo había mencionado en lo que llevaban hablando es que no había aparecido y aunque no se sorprendía porque conocía a Amelia y sabía que haría eso, le apenó. Le entristeció haber acabado así; bien pero lejos.

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