Capítulo 123

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Caminaban despacio, con la pesadez del calor resbalando por sus espaldas. El día había despertado gris y en Madrid el ambiente resultaba asfixiante a pesar de estar las calle vacías, a pesar de que la gran ciudad se mostraba sin vida a aquellas horas.

- ¿Estás bien? - Preguntó Luisita con un fino hilo de voz temiendo romper aquel silencio que se  había instaurado desde que despertaron.

- Sí. - Musitó.

Amelia se sentía igual de gris que aquel día e igual de pesada. Se dirigían a casa de Carmen, esa misma mañana ingresarían a Marta, ya había hablado con ella el día anterior, seguía igual de reacia pero confiaba en Amelia. 

La rubia no insistió más. Amelia estaba en modo introspectivo y sabía que en esos días lo mejor era dejarla sola con su mundo, un mundo que desconocía pero que respetaba, entendía que cada persona necesitaba tener su espacio y por mucho que ella quisiera ayudar, respetar su espacio y sus tiempo era la mejor forma de hacerlo aunque no lo sintiese así. Las ayudas no siempre tienen que tener un papel activo, un simplemente "estar" puede ayudar más que un discurso de compasión. 

Llegaron a la casa, Marta estaba sentada en el jardín con una maleta roja a su lado y con la indiferencia marcada en sus ojos. Luisita se fue directa a Carmen mientras Amelia se sentaba al lado de la pequeña.

- ¿Cómo estás? - Quiso saber la morena que no apartó la mirada de Marta en ningún momento.

- Qué más da como esté. - Respondió con dureza.

- Importa, Marta, importa mucho, por eso estamos haciendo esto.

- ¿Alejarme de mi abuela? - Marta seguía sin entender porqué tenían que tomar decisiones por ella, por qué estar lejos de su abuela era algo malo.

- No te van alejar, ella va a ir a verte todos los días.

- ¿Y después qué? 

Amelia no respondió. Le había prometido que estaría con Carmen pero todo era mucho más complicado de lo que parecía y se sentía indefensa ante la burocracia del Estado.

- Paso a paso, Marta. Ahora lo  importante es que te encuentres mejor.

Marta sostuvo el silencio varios minutos mientras la morena intentaba ser capaz de averiguar qué sucedía dentro de aquella cabecita. La pequeña era mucho más madura para su edad, la vida, o mejor dicho, sus padres, le habían obligado a madurar antes de tiempo.

- No se va a ir.  - Soltó 

- ¿El qué? - Preguntó Amelia.

- Este vacío, nunca se va, a veces parece que se llena e incluso que se desborda pero siempre se acaba vaciando. La vida no ocupa tanto espacio. 

Se tomó unos segundos antes de responder, oír a una niña hablar así de la vida era más duro de lo que parecía.

- En el hospital te van a ayudar no solo a llenarlo sino que además te enseñarán a ver que el vacío puede ser bonito.

- ¿Bonito?  - Repitió incrédula. 

-  Claro, es como un cajón desastre, ese cajón que tenemos siempre a mano y en el que guardamos todo y nunca tiramos por miedo a desprendernos de lo que un día nos hizo sonreír. En él cohabitan desde las cosas más preciadas hasta lo más absurdo, sin embargo, llegará un día en el que te regalaran algo que te encanta y querrás  guardarlo a mano para recordar que lo tienes, que te lo han regalado y sonreír cada vez que lo veas,  pero cuando abres el cajón descubres que no hay hueco, que el cajón está lleno. ¿Qué haces?

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