Capítulo 61

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En cuanto sus pies hicieron contacto con el agua, toda la piel de Amelia se erizó y sus dientes comenzaron a castañear. A unos pocos metros se encontraba Luisita mirándola con deseo.

- ¿Tienes frío? 

La moreno no fue capaz de pronunciar ninguna palabra, solo asintió con la cabeza conforme se acercaba a Luisita.

- ¡Ven aquí! 

Luisita estiró la mano y tiró de Amelia que estaba encogida y con los brazos entrecruzados a modo de abrazo.

- Abrázame.

Le colocó uno de sus brazos alrededor de su cuello mientras acortaba la poca distancia que quedaba. La morena no tardó en colocar el otro  y juntarse a Luisita que rodeó su cintura con las dos manos para después deslizarlas por la espalda desnuda de Amelia hasta llegar a la nuca y meter los dedos entre sus rizos

 La rubia se acercó al oído.

- ¿Estás mejor? -  Su voz estaba llena de aire.

- No. 

- Ni un poco... - dijo provocativa.

Amelia negó con la cabeza y con una media sonrisa.

- Tendré que ponerle solución entonces. 

Deslizó, de nuevo, sus manos por toda la espalda, perfilando su curvatura hasta llegar al culo de la morena, lo acarició y agarró ambos muslos obligándola a abrirse de piernas. Con un leve impulso y gracias al Principio de Arquímedes, Amelia rodeó la cintura de Luisita con sus piernas, obligando a la rubia a regresar a s cintura.

Luisita rio divertida, ahora mismo ella tenía el control. Comenzó a caminar dando vueltas mientras se escondía en el cuello de Amelia, la sensación del agua rozando sus pieles desnudas hacía que cualquier movimiento o gesto ganara en sensualidad. Se acariciaban sin perder la postura, explorando cada rincón de su cuerpo, Luisita aprovechó su escondite para lamer el cuello de Amelia que no pudo evitar cerrar los ojos y acercarse más ella hasta que su sexo rozó el abdomen de Luisita. En ese instante y notando las ganas de Amelia, Luisita recorrió con la punta de la lengua su cuello hasta el lóbulo y lo mordió provocándole un jadeo que no quiso callar.

Aquel sonido gutural excitó a la rubia, sintió como su humedad se mezclaba con el mar, como su cuerpo comenzaba a arder de pasión. Amelia se apartó unos centímetros, necesitaba ver la cara de Luisita, aquellos ojos llenos de anhelos, sus labios carnosos pidiendo ser devorados y la besó como nunca antes lo había hecho. Centró todos sus sentidos en aquel momento y obligó a su memoria a retener aquel beso lleno de ganas y de ausencias, la besó sabiendo que aquella noche sería su última noche, dejó que sus manos viajaran a través de sus cabellos, que su lengua uniera los lunares con finos hilo invisibles, quiso que su piel se fusionase con la suya, que el agua, símbolo de la vida, las llenase de intenciones. 

La deseaba tanto.

A medida que sus labios devoraban cada parte de Luisita y la hacía suya, la rubia jadeaba embriagando los oído de aquella mujer que con un solo beso era capaz de tambalear su mundo y su vida. Cada beso, caricia o mordisco provocaba en Luisita un sinfín de emociones, miles de descargas recorrían su sistema nervioso y un hormigueo lleno de placer invadía sus músculos. Sentía a su Amelia cada vez más cerca, sus pezones erectos rozando los suyo, cualquier contacto por nimio que fuese incendiaba el cuerpo de Luisita que no podía dejar de tocarla, de explorar cada curva, cada recoveco, dejando su marca para que no la olvidara. No quería  que la olvidase. No quería olvidar ese día. El día en el que Amelia no solo le declaró su amor sino que la estaba amando como nunca nadie lo había hecho. ¿Cómo iba a ser capaz de dejarla ir? 

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