Amelia se despertó como cada mañana con un nudo en la garganta, a pesar de los pequeños avances que iba consiguiendo las noches seguían siendo largas y espesas. Seguía doliendo y sabía que nunca iba a dejar de doler, pero lo que Amelia pretendía no era curarse sino cortar la hemorragia, conseguir respirar sin sangrar. Siempre creyó que nunca lograría encontrar ese equilibrio entre el dolor y la vida, sin embargo, Luisita era su equilibrio, le había dado motivos para despertar cada día, para salir de casa y para creer que las cosas podrían mejorar. Era consciente de que la responsabilidad no caía en la rubia, que sus actos eran suyos, pero sentir que había alguien hizo que se replanteara su situación.
Se mudó a Madrid con la intención de mejorar, de salir de aquella oscuridad que con el tiempo iba a más, sin embargo, los primeros meses apenas salía de casa, no comía, no hablaba con nadie. Una mañana se obligó a vestirse y a entrar en el primer bar que viese, debía coger unas rutinas, tener disciplina y salir. Algo tan sencillo como tomarse un café se había convertido en un mundo.
Y entonces entró en El Asturiano.
Lo que ella nunca se imaginó es que esa elección la llevaría a conocer a Luisita.
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Apenas eran las nueve de la mañana y el bar de los Gómez estaba lleno de gente, Luisita iba de un lado para otro atendiendo todas las mesas que podía mientras su padre y Pelayo se encargaban de hacer los desayunos. Amelia entró sin que la rubia la viese, se sentó en la barra y esperó a que Marcelino la saludase.
- ¡Buenos días Amelia!
En cuanto escuchó a su padre, Luisita se giró y se encontró con la mirada de Amelia, se sonrieron y ella volvió a su trabajo.
- Buenos días Marcelino.
- Ya me ha dicho mi hija que le vas a acompañar a la tutoría ¿no?
- Eso parece.
- Te lo agradezco porque os tenéis que reunir con la orientadora y con el director.
- ¡Vaya! No sabía que íbamos a ver a tanta gente. - Contestó divertida.
- Será rápido, no te preocupes. - Le guiñó un ojo - ¿Lo de siempre?
- Sí, por favor. - Amelia se acomodó en el taburete y miró a Luisita que seguía anotando los pedidos.
- Tengo que decirte, Amelia - La morena volvió a prestar atención a Marcelino que estaba en frente de ella sirviéndole el café. - que me alegro mucho que mi hija y tu hayáis congeniado tanto. Hacía tiempo que no la veía tan bien, tan alegre, que siempre ha sido alegro, ya sabes como es, pero no sé, tiene como un brillo especial, tiene algo diferente y creo que eso es bueno.
- ¡Vaya, Marcelino! - No supo muy bien qué decir, aquello le había pillado por sorpresa y le había emocionado.
Si Marcelino era capaz de ver eso en Luisita y lo achacaba a ella tenía que significar algo.
- La verdad es que Luisita es un sol, es fácil congeniar con ella. - Respondió.
- No te creas ¿eh? Que tiene mucho carácter ahí donde la ves.
- Te estoy escuchando, papá - Soltó Luisita en mitad del bar provocando una carcajada en Amelia y Marcelino.
La rubia se acercó a la barra y le entregó a su padre las comandas.
- Tú también eres un sol. - Le susurró a Amelia al oído.
- ¿Desayunas conmigo? - Le propuso la morena.
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Kintsugi
RomanceEl kintsugi es la práctica de reparar fracturas de la cerámica con barniz o resina espolvoreada con oro. Plantea que las roturas y reparaciones forman parte de la historia de un objeto y deben mostrarse en lugar de ocultarse. Amelia y Luisita tendrá...