Capítulo 134

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Bajó las escaleras con la visión borrosa a causa de las lágrimas que se acumulaban en sus ojos, su móvil no cesaba de vibrar y su cuerpo apenas reaccionaba a lo estímulos, se movía como una autómata, sin procesar las palabras de Amelia. No quería. No quería darse cuenta de los reproches de la morena, de las verdades hirientes que le había lanzado sin avisar. No lo vio venir pero no le sorprendió. Sabía que las relaciones a distancia siempre se resentian, Amelia la necesitaba y ella no podía darle lo que necesita, no en ese momento. Y no podía pedirle más comprensión de lo que le había dado. Si Amelia hubiese sabido lo de Nico hubiese enterrado todas aquellas palabras y se hubiesen enquistado hasta envenenarlo todo, tenía que soltarlo aunque no fuese el momento más indicado, o no para Luisita.

Abrió el coche, soltó la maleta en la parte de atrás y cuando estaba a punto de entrar en la zona del conductor se detuvo en seco. 

"No" pensó "otra vez no" 

Su garganta se cerró de forma abrupta, sus manos comenzaron a sudar y sus latidos se aceleraron. No pudo más, comenzó a jadear de angustia, percibió como su cuerpo se paralizaba por partes, como si un líquido helado recorriera todas sus venas y arterias y la inmovilizaban, sintió la impotencia embargar cada sentido. Apoyó la cabeza en el marco de la puerta, respiró hondo y gritó. Gritó desesperada por aquella frustración que le provocaba el querer y no poder.

 Tenía que intentarlo, meterse en el coche y conducir hasta Nico pero en su mente las imágenes del accidente se repetían una y otra vez: luces cegadoras, oscuridad y golpes... y a lo lejos la silueta de Amelia, una silueta que se perdía en la negrura, que se borraba de su memoria y su corazón se encogía y sus manos temblaban y volvía a gritar para intentar despertar, para escuchar sus propia desesperación y poder reaccionar pero el mundo parecía vaciarse, su mundo, y con él su aliento. 

- ¿Luisita? - Escuchó su nombre en la lejanía. 

Una voz apenas perceptible se hizo eco en la espesura de su mente, reconoció su nombre. 

Alzó la mirada y la vio, no supo cuánto tiempo pasó pero su aspecto le indicaba que era más de lo que creía; tenía los ojos rojos e hinchados y restos de maquillaje por las mejillas, extendió su mano hacia ella.

- Dame las llaves.

Sentía que todo en su alrededor se movía a cámara lenta, que el ambiente era pesado y que su cuerpo no respondía a su cerebro, le entregó las llaves y en esa entrega sus manos hicieron contacto, un contacto leve imperceptibles a los ojos ajenos pero sus cuerpos reaccionaron, de forma casi involuntaria Luisita se aferró a las llaves que ahora estaban en la palma de la mano, Amelia no la quitó, mantuvo su mano dejando que la rubia se aferrase a ella hasta que sus ojos se encontraron. Ambas miradas estaban llenas de dolor, de un dolor ajeno.

- Amelia - Dejó escapar en un suspiro.

-  Me voy contigo.

- No puedes - Musitó. 

- Sí que puedo. - Forzó una sonrisa.

- Está Marta.

Amelia negó con la cabeza mientras apretaba con fuerza la mandíbula para contener las lágrimas. 

- Amelia... - Susurró en cuanto comprendió lo que aquella negación significaba y, sin dudarlo, la atrajo hasta ella y la abrazó. 

La morena se dejó caer en el hueco del cuello de Luisita, inspiró con fuerza su olor a camomila y comenzó a llorar, su cuerpo temblaba en los brazos de la rubia.

- No pude salvarla...- Murmuró entre lágrimas.

Sintió como Luisita la agarraba con más fuerza y la atraía más hacia ella, sintió su corazón latir, el calor de su cuerpo traspasar la tela del vestido y sus lágrimas juntarse con las suyas. 

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