Capítulo 133

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Alargó la mano con la esperanza de rozar su piel, pero en su lugar se encontró un hueco frío camuflado por las sábanas, apenas había podido dormir, le costó conciliar el sueño y en mitad de la noche extrañó su cuerpo en su espalda. Su ausencia enfriaba.

Miró el reloj; las siete y media de la mañana, se desperezó y aún con los ojos cerrados, se fue a la ducha, a las ocho abría "El Asturiano" hacía mucho tiempo que no iba a desayunar y confiaba en que cierta rubia estuviese ahí. 

Consultó su móvil en cuanto acabó de vestirse y arreglarse el cabello, su chat con Luisita seguía sin actualizar y sus miedos parecían haber despertado. Le resultaba muy raro aquella actitud de Luisita, sabía de sus prontos pero ella siempre le mandaba un mensaje de buenas noches ¿por qué esa noche no? Dudó. No sabía si molestarse o esperar a tener más información. Sabía por propia experiencia que la falta de datos provocaba numeroso malentendidos, debía esperar antes de sacar ninguna conclusión, sin embargo, notaba el enojo dentro de ella, un malestar que la carcomía desde el encuentro con sus padres. 

Bajó a la plaza de los Frutos, el aire frío de aquel día la azotó logrando despertarla un poco más, caminaba despacio, con un nudo en el estómago y con la pesadez en sus piernas, tenía un mal presentimiento, algo no andaba bien y no sabía qué era. 

Miró a través del ventanal, su mesa estaba vacía, sonrío, se sentaría ahí como tantos otros días, recorrió el bar con la mirada, apenas había gente, era demasiado pronto todavía. Descubrió detrás de la barra a Pelayo, limpiaba las tazas con la mirada perdida, de la cocina salió Marcelino con una bandeja de churros que dejó en la barra, continuó recorriendo el local con la esperanza de encontrarse con la rubia pero no estaba. Regresó la mirada a su móvil, ocho y cuarto de la mañana, seguía sin saber nada de Luisita, abrió el chat.

AMELIA [8:16]

Buenos días Luisita.

No le llegó el mensaje. Decidió llamarla, sabía que era demasiado pronto, pero le extrañaba la ausencia de noticias, en cuanto se dispuso a marcar su número, una llamada de Natalia entró en su móvil.

- ¿Natalia? - Contestó extrañada.

- Amelia, tienes que venir al hospital.

- ¿Qué ha pasado? ¿Marta está bien?

- Ven, no hay tiempo. - Colgó.

Aquella llamada la asustó más de lo debido, buscó las llaves del coche ¡Mierda! pensó, se las había dejado encima de la mesa, cogería un taxi.

A los quince minutos, Amelia salió del taxi con el móvil en la mano y expectante, Natalia la estaba esperando en la entrada del hospital.

- ¿Qué pasa? - Preguntó en cuanto se acercó a ella, tenía los ojos rojos de haber llorado.  - ¿Qué ha pasado Natalia?

La pelirroja negó con la cabeza, intentó contener las lágrimas y cogió aire antes de decir las palabras que tanto temía Amelia.

- Marta... Marta se ha... suicidado.

Sintió un fuerte golpe en el pecho que le cortó la respiración, se inclinó para poder apoyarse en sus propias rodillas, el aire pesaba, el mundo pesaba.

- ¿Cómo? - Fue lo único que logró pronunciar.

- Esta mañana, a eso de las seis, fue a la azotea...

- No se puede acceder a la azotea.

- Se escapó, nadie la vio.

- Nadie la vio... - Contestó con incredulidad, aquella sensación de ahogo comenzó a transformarse en rabia. - ¿Dónde está Sara? - Preguntó seria.

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