Capítulo 90

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El dolor de aquel golpe era de color blanco. Blanco como las paredes del hospital, como las sábanas donde yacían los cuerpos de Amelia y Luisita, blanco como los uniformes de los sanitarios. El dolor era blanco y quemaba sin apenas darte cuenta,  como la nieve, fría y dolorosa, te entumece hasta agotar tu sensibilidad.

María y Natalia apenas sentían, habían perdido toda la sensibilidad y sus mentes se habían quedado en blanco, llenas de dolor.

****

- Luisita tiene un edema pulmonar... - Escuchó en la lejanía mientras dejaba caer su cuerpo en el pasillo. Había visto como su hermana perdía el conocimiento, su tez adquiría un tono azul y restos de sangre en su boca. 

- ¿Natalia? Amelia acaba de tener un accidente, está en urgencias. - Un golpe arrasó de forma abrupta con su realidad, no se inmutó ni siquiera pestañeó ante la noticia, no quería hacer real aquella oración, creyó que si no se movía todo sería un mal sueño, una broma macabra de su cabeza.

****

Tumbadas en la camilla, expuestas a varias personas dispuestas a hacer todo lo posible para salvarles la vida 

¿Qué vida? 

Se rindieron al cansancio, a la derrota de los años vacíos, al fracaso de lo sueños envejecidos. No había motivos para continuar, no ahora, no en ese instante donde todo dolía, donde las ausencias de Amelia y Luisita parecían inmensos océanos imposibles de navegar, pero en el horizonte, en esa la línea en la que cuanto más te acercas más lejos estás, se vislumbraba un punto de luz, un destello que iba y venía de forma fugaz como las estrellas.

Volvieron a cerrar los ojos, a dejar que la oscuridad invadiera todo y se pensaron la una a la otra. Amelia en su rubia de ojos marrones con olor a camomila y Luisita en su morena de rizos con su sonrisa cautivadora y su olor a vainilla. 

****

- ¿Cuál es tu canción favorita? 

Escuchó la voz de Amelia en su oído, como un murmullo, sonrío inevitablemente, no sabía dónde estaba pero esa voz y esa pregunta fueron como una caricia al alma.

Abrió los ojos. 

Estaba sentada en un banco en mitad de un jardín.

Aquel olor de rosas. Sus rosas.

Examinó el lugar, no necesitó mucho tiempo, enseguida supo que estaba en su mirador. No sabía cómo había llegado ahí pero estaba en su lugar favorito y ¿su persona favorita?

Miró a su lado y estaba junto a ella, llevaba su vestido favorito; el amarillo, el pelo suelto y esa sonrisa que tanto provocaba a Luisita.

- ¿Amelia? - Dijo con miedo.

- ¿Luisita?

Ella tampoco sabía cómo había llegado ahí, solo sabía que después de la inmensidad apareció en el mirador con Luisita a su lado.

Se miraron a los ojos como nunca antes lo habían hecho, buscando el consuelo en sus pupilas dilatadas, con el miedo de perderlo todo, de perderse,  en el borde de su iris y con el brillo por volverse a encontrar tras el vacío. 

- ¿Te puedo besar? - Murmuró una Amelia emocionada.

- Por favor. - Suplicó la rubia.

Los besos de Amelia eran lo único capaz de calmar todos sus monstruos.

Se acercó despacio, con miedo a que ese momento desapareciese, no quería salir de aquel sueño. Colocó sus manos en sus mejillas, como siempre, pero esta vez lo hizo para retenerla, para que no se fuera, para asegurarse que su piel rozaba con la suya, y la besó.

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