Luisita insistió en ir a casa de Amelia y ayudarle a hacer la maleta, sabía que no necesitaba ayuda pero quería estar con ella esa última noche, algo en su interior le decía que tenía, debía, estar ahí.
- De verdad, Luisita, que no hace falta.
- No hace falta pero quiero, a no ser que tú no quieras.
- ¡Claro que quiero! ¡No voy a querer! - Sonrió.
Llegaron al apartamento de Amelia, ambas se dirigieron directamente a la habitación, Amelia sacó una maleta de mano del armario, la colocó encima de la cama y empezó a meter ropa sin ningún tipo de criterio.
- Amelia, no creo que vayas a necesitar esto. - Sacó de la maleta un bikini amarillo de piñas.
- No, no lo creo. - Lo cogió y lo volvió a guardar.
- Amelia - La llamó pero no respondió - Amelia - Insistió, al ver que no reaccionaba, la agarró de la mano y la obligó a sentarse en la cama con ella.
- Estate tranquila, todo va a ir bien.
- ¿De verdad? ¿Todo va ir bien? Estoy cansada de que me digan eso y que nada vaya bien. - Contestó desesperanzada.
- Bueno, no sé si irá todo bien, pero lo que sí sé es que pase lo que pase te sobrepondrás y yo estaré contigo.
Amelia acarició la mejilla de la rubia y le dio un cálido beso.
- ¿Por qué eres tan buena conmigo?
- Como no lo voy a ser, has visto lo bien que te portas con mi hermano, conmigo. Eres todo amor aunque no lo veas.
- Si tú lo dices... - Contestó poco convencida.
- Venga - Se levantó. - Vamos hacer tu maleta pensando en el tiempo que hace en Zaragoza que dudo que necesites esto. - Sacó un jersey de lana de cuello alto con motivos de Navidad.
- No te creas, en Zaragoza, aunque estemos en primavera, hace frío ¿eh? - Dijo de forma cómica.
Hicieron una selección de la ropa más adecuada para Zaragoza y para asistir a un juicio. No quería que Luisita se preocupara más de lo normal pero Amelia estaba extremadamente nerviosa. Volver a Zaragoza significaba volver al infierno del que, con mucho dolor, había huido. Ahora se veía obligada a regresar para hacer frente a numerosos fantasmas que creía enterrados. En el momento en el que estaba no se sentía capaz de afrontar todo lo que se le venía encima; las habladurías, las increpaciones de su padre, el vacío de su madre, la prensa, las miradas de lástima de sus colegas... No podía con todo eso.
- He pedido chino. - Informó Luisita obligándola a salir de sus pensamientos.
- ¡Qué bonita eres! - Respondió Amelia mirándola con absoluta devoción.
- Sabes qué es lo que creo.
- ¿Qué crees?
Luisita se sentó a su lado en el sofá antes de continuar con la reflexión.
- Que no estás acostumbrada a que te cuiden. No estoy haciendo nada del otro mundo o nada diferente a lo que hago con las personas que me importan y para ti parece que estoy paralizando mi vida. - Rio.
- Es que creo que realmente lo haces, que paralizas tu vida por lo demás, pero también creo que es tu forma de ser, te gusta cuidar a las personas, lo único que... - Dudó.
- Lo único que ¿qué?
- Que tienes que aprender a cuándo priorizarte. Hay momentos en la vida en los que una no puede dar porque no tiene nada que dar y entonces tiene que pensar en ella, volver a llenarse para volverse a dar.
- Fíjate que creo que eso lo dices más por ti que por mí.
Amelia sonrío. La rubia era de las pocas personas que sabían leerla tan bien.
- Puede ser. - Admitió.
- ¿Cuándo es el juicio?
- El martes. El lunes tengo que testificar.
- Te llamaré estos días para ver cómo estás. - Entrelazó su mano con la de la morena.
- No hace falta, Luisita, de verdad, no tienes por qué estar tan pendiente de mí.
- ¡Qué pesada eres! ¡Que ya lo sé! Que ya sé que puedes tu sola afrontarlo todo, que no me necesitas, me queda bastante claro. - Amelia pudo percibir en su voz un toque de resentimiento, de decepción.
- No es eso, Luisita, si me encanta que que me quieras llamar y que te preocupes por mí, pero no quiero que pierdas el tiempo y más estos días que yo voy a estar fuera.
- Discrepo, no creo que sea perder el tiempo pero no te llamaré, no te preocupes. - Contestó un poco molesta.
- No te enfades, que no es eso lo que quiero decir, que claro que quiero que me llames pero que lo hagas si te nace, no te fuerces.
Amelia no sabía como salir de ahí, había herido a Luisita sin querer, lo único que ella pretendía es que la rubia no perdiera su tiempo. Ella no iba a poder darle todo lo que se merecía, no porque no quisiera sino porque no podía, quería que su relación con Luisita fuese recíproca y proporcional, pero era consciente de que no podría ofrecerle nada.
Aún no entendía como aquella mujer tan jovial, con ese brillo y con esa sonrisa que cautivaba a cualquiera, estuviese ahí, a su lado, esperando comida china.
No lo entendía y no lo merecía.
Luisita iba a responder cuando el sonido del timbre las interrumpió y ambas lo agradecieron, aquella conversación estaba yendo por derroteros que no les gustaba nada. Lo último que querían era discutir la noche antes del viaje de Amelia.
Durante la cena no retomaron la conversación aún sabiendo que tendrían una charla pendiente tras la vuelta de la maña. Tenían muchos asuntos de los que hablar si querían que lo que había entra las dos fuese a algún lado. Estaba claro que las dos querían formar parte de la vida la una de la otra, que se cuidaban y que sentían una atracción a veces imposible de controlar, pero todavía tenían muchos fantasmas y muchos lastres que soltar.
- Te quedas a dormir, por favor. - Le pidió Amelia.
- Claro, pero esta vez me abrazas tú. - Le puso como condición mientras sonreía divertida.
- Me pides cada cosa, Luisita... - Ironizó la morena mientras tiraba de ella para llevarla a la cama.
****
Una noche más, las pesadillas invadieron los sueños de Amelia, la mirada vacía de Alex, el suelo lleno de sangre, la inmensidad y un móvil que no dejaba de sonar. Se despertó con el corazón acelerado y con los músculos en tensión. Eran las tres de la madrugada, estaba demasiado alterada, aquella pesadilla había sido mucho más real que las anteriores. Miró a Luisita que dormía plácidamente, le dijo que tenía buen despertar ¿no? Amelia con más miedo que vergüenza golpeó a Luisita varias veces en el brazo hasta que consiguió que la rubia abriese los ojos.
- ¿Qué pasa? - Preguntó soñolienta.
- Abrázame.- Le suplicó Amelia.
- ¿Cómo?
- Que me abraces, por favor. - Volvió a rogarle.
La rubia no tardó en ir a por ella y acogerla en sus brazos, Amelia estaba helada y su corazón agitado, la estrechó más fuerte contra ella y le dio un beso en la mejilla. Amelia suspiró aliviada, como si acabara de quitarse veinte kilos de encima, cerró los ojos, aspiró el olor a camomila y esperó a quedarse dormida.

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Kintsugi
RomanceEl kintsugi es la práctica de reparar fracturas de la cerámica con barniz o resina espolvoreada con oro. Plantea que las roturas y reparaciones forman parte de la historia de un objeto y deben mostrarse en lugar de ocultarse. Amelia y Luisita tendrá...