Capítulo 86

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Subió al primer avión que pudo, la noticia de Marta le había removido mucho más de lo que ella se había percatado. Desde la llamada de Natalia no había parado y sus pensamientos siempre habían estado dirigidos a Luisita, pero ahora estaba sentada en el avión con una hora y media por delante, sin móvil y sin ningún tipo de distracción. 

Respiró hondo, los aviones seguían intimidándola, seguía teniendo miedo a las alturas a pesar de ser capaz de lanzarse al vacío con Luisita. Pensó en ella, en su sonrisa, en su cabello rubio, en sus ojos enormes, en sus manos recorriendo su espalda, en su culito blanco... Apenas hacía tiempo que se había ido y ya quería volver a verla, sentía esa necesidad intrínseca, esas ganas de que el tiempo pasara rápido para poder verla, oírla, sentirla aunque no sabía cuándo volvería a Barcelona...

Sacó el móvil de su bolso y releyó el último mensaje que le había mandado Natalia.

NATALIA [16:03]

Amelia, acabamos de estar con el médico de Marta, parece que está fuera de peligro, no solo se cortó las venas si no que además se tomó una serie de pastillas que tenía su abuela, nada importante, pero le han lavado el estómago. La han subido a la planta de psiquiatría barajan la idea de internarla.

Analizó aquel mensaje, la forma de suicidio de Marta indicaba que era consciente de lo que hacía y que seguramente lo tenía planeado, el hecho de que se tomase también varias pastillas indicaba que  quería asegurarse de que el intento no se quedaba en eso, en un intento. 

La primera vez que estuvo con Marta, se dió cuenta que era una niña muy introvertida, apenas había participado en los juegos que le había planteado, aún así sintió que entre ellas había una conexión que tenía que trabajar si quería poder acceder a la pequeña. Recordó como se negó a hablar de su padre, solo respondía a preguntas de sí o no y a veces ni eso, se quedaba en silencio esperando a que Amelia pasara a la siguiente cuestión. Siempre supo que era un caso difícil, el sufrimiento por el que había pasado Marta durante años le había provocado un bloqueo emocional muy difícil de romper, sin embargo, Amelia creyó que tendría tiempo, que podría derivar el caso a Natalia por unas semanas y retomarlo. No supo ver la gravedad de Marta y eso la reconcomía por dentro de forma inconsciente.

Inevitablemente pensó en Alex, en ese año de sufrimiento, de acoso y de silencio, volvió a reafirmar la importancia de la prevención en la educación, de mostrar a los niños a identificar emociones y situaciones de riesgo, enseñarles que no deben sentir vergüenza ni sentirse culpables por ser víctimas de violencia, acoso y/o abuso, pero no solo en la escuela también en los hogares, en la propia familia. Los padres también debían formar parte de esa educación basada en la inteligencia emocional, pero a la familia no se la escoge...  Aquellos pensamientos la llevaron a pensar en su padre.

La primera vez que le levantó la mano fue cuando tenía quince años, llegó más tarde del toque de queda, no le preguntó por qué se había retrasado, se limitó a abofetearla nada más entrar con una aviso para que no se volviera a repetir, con la mejilla roja y los ojos encharcados, Amelia miró a su madre que se encontraba en el marco de la puerta del salón. Ella siempre observaba desde la distancia, protegida por su marco, siendo cómplice a través del silencio.

Nunca la culpó, cuando vives sometida a una persona como su padre, la indefensión aprendida, la incapacidad de reacción forma parte de ese maltrato y aunque su padre no las pegaba de forma sistemática los desprecios y las malas palabras eran una constante en aquella casa, no era necesario recibir una paliza para sentirse maltratada y eso Amelia lo sabía muy bien. Quizá Marta nunca recibió ningún golpe por parte de su padre, pero sí vivió situaciones de violencia de género y de maltrato, sin contar, que su padre mató a su madre delante de ella.

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