Se despertó cubierta en sudor y con los puños apretados. Había vuelto a tener pesadillas, a revivir aquel momento de ausencia y de dolor. El tacto de una mano conocida y ella sin querer soltar. Se levantó de forma automática, hizo sus rutinas matinales y bajó al Asturiano.
Era sábado por la mañana y estaba más concurrido de lo habitual, no obstante, su mesa del ventanal estaba vacía, se sentó a la vez que saludaba a Pelayo.
- ¡Buenos días, Pelayo!
- Pero bueno, charrita, hasta los sábados madrugas.
- Ya ve, Pelayo, una que se acostumbra a todo. - Contestó con una sonrisa forzada.
Quizá no había sido buena idea ir al bar de los Gómez, su humor no era el más idóneo y no quería ser desagradable con ellos. Llevaba varios días con subidas y bajadas, forzar una sociabilidad inexistente quizás no era lo mejor para ella o sí.
- ¡Buenos días padre! - Marcelino entró como un huracán y con una sonrisa que contagió a todo el bar - Amelia, dichoso los ojos que te ven. - Dijo en cuanto la vio sentada en la mesa.
- Buenos días Marcelino ¿cómo estás? ¿qué tal Ciriaco?
- Bastante bien, aunque nos sigue costando un poco comunicarnos con él, ya sabes.
- Es normal, poco a poco. Dale recuerdos de mi parte.
- Mejor dáselos tú que ahora viene con Luisita a desayunar.
Fue oír su nombre y sintió como se le encogía el estómago. Habían estado hablando la noche anterior, bueno mejor dicho, Luisita le envió un audio un poco perjudicada, pero debía admitir que le había hecho ilusión y que se había reído tanto con Luisita como con Marina. Tenía ganas de verla, de oír su voz y hablar con ella aunque fuera del tiempo. Luisita era de las pocas personas que conseguían hacerla olvidar, calmar un poco esa presión que, desde hacía meses, se había instalado en su pecho para no irse.
- ¡Hola familia! Decidme, por favor, que hay churros porque mato por ellos ¡Y café! Necesito café en vena para volver a ser persona. - Al igual que su padre, Luisita entró provocando que todas las miradas se dirigiesen a ella. Tenía esa capacidad de atracción. Detrás de ella estaba Ciriaco que no tardó en ver a Amelia e ir a saludarla.
- Hola Amelia - Se sentó con ella.
- ¿Qué tal, Ciriaco? - Le recibió acariciándole el pelo.
- Bien ¿tú?
- ¿Realmente quieres saberlo? - Preguntó sabiendo ya su respuesta.
- No, la verdad es que no.
Amelia no pudo evitar reírse. - Me lo imaginaba. ¿Qué tal en el colegio?
La morena siguió mostrando interés por el muchacho hasta que finalmente la rubia de los ojos marrones, la torbellino de los Gómez, la vio.
- Amelia - Saludó un poco avergonzada. A pesar de la borrachera de la noche anterior se acordaba de todo y, por supuesto, se acordaba del audio.
- Hola Luisita, - contuvo la risa - te veo muy bien para como estabas anoche.
- Puff, no puedo más, Amelia - le susurró para que su hermano no la escuchase. - ¿Me puedo sentar? - Señaló la silla que estaba justo enfrente.
- Es tu bar. - Contestó de forma divertida.
- Pues si es mi bar, me siento - le guiñó un ojo - pero antes voy a por mis churros ¿has pedido?

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Kintsugi
RomanceEl kintsugi es la práctica de reparar fracturas de la cerámica con barniz o resina espolvoreada con oro. Plantea que las roturas y reparaciones forman parte de la historia de un objeto y deben mostrarse en lugar de ocultarse. Amelia y Luisita tendrá...