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Argentina tuvo su helado de chocolate con chispas después de haber llorado por ello por unos diez minutos. México no quería comprarle porque era mucha azúcar y a veces eso le afecta durante las noches de una forma en la que no puede dormir nada durante la noche, es complicado llevarlo a la cama, y nunca se queda quieto además.
—Ya, seca tus lagrimitas, mi amor, ya tienes tu helado como querías. Ahora dime qué es lo que pasa, ¿Por qué te sientes tan mal?—Le preguntó, dandole un pañuelito, limpiando sus mejillas y sus lagrimales con cuidado.
—Uhm, ya te dije que no es nada... Solo estoy algo sensible por todo el trabajo que tengo, además tengo algunos problemas con mis pequeños y es muy complicado para mí todo eso.—Dijo, mirando hacia abajo, siguiendo comiendo su heladito.
—Entiendo. Te puedo ayudar con eso, ya no tengo ningún trabajo y puedo ayudarte con ellos a qué sean un poco más calmados contigo, porque te está afectando mucho ahora que veo... Déjame ayudarte.—Le dijo, acariciándole el cabello y sacando algunos mechones de su carita.
Argentina miró a México, sonriendo y después ofreciéndole un poquito de su helado, México lo aceptó. Dejó el frasquito de helado en esa pequeña mesa, abrazando a México, aferrándose a su espalda y su mejilla en su hombro, acurrucándose ahí.
—México...
—Dime, corazón.
—¿Sabías que eres un amor? Eres tan amable y dulce conmigo.—Rió suavemente, besándolo en la mejilla antes de separarse de este y agarrarle las manos.—Te amo, mucho.
—Yo también te amo, solecito.—Le dió un besito en los labios.—Tus labios saben a chocolate...—Sonrió entre el beso, besándolo un poco más después.
