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Argentina de vuelta en casa, dejó sus cosas sobre el suelo, yendo dónde debería de estar México, al entrar, de inmediato se acercó a él, el mexicano estaba leyendo algunos documentos cuando el menor se sentó sobre sus piernas, abrazándolo.
—¿Argentina? ¿Qué tienes, pequeño?
—Dame cariño, estoy molesto.
—¿Qué pasó, mi amor?—Le agarró sus mejillas para que lo miré, acariciándole las mismas.—Dime, ¿Por qué estás molesto ahora?
—Fui a comprar, y ya no habían galletas de las que me gustan...—Habló, con un puchero, abrazando a México otra vez, agarrándole la mano para que le acaricie el cabello.—Ya no hay, México... No las encontré y ¡Quiero galletas!
—Tengo unas en la alacena, corazón. Siempre comes de esas, ve a buscarlas.
—Pero no alcanzo...
México suspiró, yendo a la cocina con Argentina para sacarla su empaque de galletas. Debía de ponerlas al alcance del menor para que pueda agarrarlas cuando quiera, aunque también podría ser peligroso si Argentina come muchas y no puede dormir después.
