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—¡Argentina, sal de ahí ahora mismo! ¡Te vas a tomar tu medicina lo quieras o no! Aquí te espero, wey, hasta que salgas de ahí y dejes de hacer berrinche.—México dijo, ya molesto con el menor porque no quería tomarse sus vitaminas como todos los días, se había encerrado en el baño de la habitación, molesto también.
No iba a salir. México se sentó en la cama, esperando a que salga de la misma de una vez, pero no, no quería. Argentina se iba a quedar encerrado, si no fuera porque su pancita comenzó a gruñir de hambre, hizo un puchero, abriendo levemente la puerta para ver si México seguía ahí, no estaba.
Se levantó, saliendo del baño. Pensó que todo estaba bien, pero fue atrapado por detrás por el mexicano quien lo llevó a rastras a la cocina para que tome las pastillas, que ni siquiera eran tan grandes, eran demasiado pequeñas además de tener sabor a frutitas.
—Ya, deja de hacer eso, Argentina, no me gusta que te comportes así, ya eres un adulto y debes de comportarte como uno. Siéntate, solo te tienes que tomar dos, no saben mal, son de sabor a frutas y solo tienes que mascar. Me tomo mucho tiempo encontrarlas.
Argentina se quedó sentado ahí, luego de unos segundos, ya estaba listo, no había sido tan malo, de verdad sabían bien, eran de fresita.
—¿Ves? No es tan malo.
México le acarició el rostro, besandole su frente.
—Es por tu bien, lo sabes. No quieres estar en cama todos los días todo el tiempo, ¿Verdad?—Negó.—Entonces tienes que tomarlas, lo estás haciendo muy bien, y verás que un día vamos a ir al hospital y te dirán que si puedes tener un bebé.
Cierto, no le había dicho nada a México acerca de eso.
