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—¿Florecita? ¿Mi amor? ¿Dónde estás, Argentina?—México sonrió, buscando al menor en todos lados. Había llevado de trabajar y quería darle un gran beso a su amado. Fue a buscarlo en todos lados de la casa, no estaba ahí.
Agarró su teléfono, llamando al menor.
—¿Corazoncito? ¿Dónde estás, dulzura? Ya estoy en casa y no te encuentro.
—México, te dije en la mañana que no iba a estar en casa, Buenos Aires está teniendo algunos problemas y debo de ayudarlo, volveré en una hora, cariño.
—Ah, cierto... Lo siento, se me olvidó. Te espero en casa, lindo.
—Te amo, México.
—Yo también te amo, Argentina.
Sonrió, despidiéndose del menor antes de colgar. Dejó su teléfono en la mesa, yendo a ver qué es lo que podía cocinar antes de que Argentina llegue a casa. Sabía que el menor iba a llegar hambriento y hacerle de comer iba a ser un gesto bonito de su parte.
La puerta se abrió después de una hora, Argentina había llegado, el menor fue a buscar a su amado con una gran sonrisa, yendo dónde él para abrazarlo y recibir besitos. México le dió un gran beso en los labios, sosteniendo sus mejillas con sus grandes manos.
—¿Tienes hambre, bebito?
—Me muero de hambre... No comí bien antes de salir de casa.
—No te preocupes, te hice tu comida favorita, se que has estado estresado estos últimos días por Buenos Aires, quiero llevarte a un viaje, solo nosotros dos.
—¿Uh? ¿A dónde?
—A un lugar alejado de aquí, será hermoso.
Argentina sonrió, besando al mexicano en los labios. Amaba que se preocupe por su salud mental, el estrés podría causarle cosas horribles que no quería que pasaran.
