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México había llegado del hospital después de un pequeño accidente, digamos que por una pelea, en medio de la misma, no sintió ningún tipo de dolor hasta llegar a casa que es cuando se dió cuenta que tenía la mano lastimada, por lo que le pusieron un vendaje en la misma para que sanara.
—México, te dije que no quería que te metas en esa pelea con Costa Rica, casi te mata.—Lo sentó en el sillón, viendo su mano lastimada, le dolía de solo verlo. Lo abrazó, besándole varias veces la mejilla.—No vuelvas a hacerlo, me preocupas mucho, México.
—¿Cómo no meterme? Te estaba tocando tu traserito, mi amor, eso jamás se le voy a perdonar, ¿Cómo se atreve a tocarte de esa forma? Que bien que lo descubrí.—Lo agarró con cuidado con su otra mano que no estaba lastimada, le dió unos cuantos besitos, haciéndolo reir.
Argentina le dió un beso en los labios, riendo de por medio por lo tierno que eran los besos que le daba el mexicano, él como le trataba de acariciar aunque sea con una mano, aunque la otra la tenga fracturada, no iba a dejar de hacerle cariño a su solecito, eso jamás.
—Dejame cuidarte ahora.—Argentina pidió, levantándose.—Yo haré lo mismo que tú haces cuando estoy mal, quédate aquí, cariño.
—Puedo hacerlo, mi corazón.
—No, no puedes, mira tu mano, a penas puedes hacer algo ahora, déjame ayudarte, no te preocupes.—Sonrio, agarrando las mejillas de México, besándolo en la frente.
—Bien... Ten cuidado con la cocina, calabacita, no te vayas a quemar o cortar con algo, ten mucho cuidado con tus manitas preciosas.—Le dijo, levantándose y besándolo en la mejilla.
