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México regresó después de tres meses a casa. Había estado en su territorio atendiendo asuntos importantes y de igual forma ayudando a sus estados a una pronta recuperación. Esos tres meses fueron los más largos de su vida; estando lejos de Argentina y de sus hijos no era algo que le agrade, aunque tenía a sus estados con él, sentía que algo faltaba: Argentina y los tres bebés. Extrañaba mucho a su solecito por lo que no esperaba el momento de abrazarlo.
— ¡Solecito bonito! — exclamó con una sonrisa, yendo dónde él para agarrarlo entre sus brazos, levantando a Argentina para abrazarlo. Argentina se sorprendió por eso, por lo que solo lo dejó hacerlo. Le tomó unos segundos asimilar que México había llegado.
Sonriendo después, abrazando de vuelta a México. El mexicano besándole la mejilla y después los labios, dejándolo de pie en el suelo antes de llenarle el rostro a pequeños besos como solía hacer antes, agarrándole de las manos para mantenerlo cerca.
Sus pequeños bajaron después, corriendo para saludar a su padre, corriendo alrededor de él y sujetándose para que los levante en brazos como siempre. Argentina no podía dejar de ver a México por alguna razón, manteniendo sus delgadas manos sobre las mejillas de su esposo, sonriéndole suave con tanto cariño.
— ¿Qué tienes, corazón? — le preguntó preocupado al ver los ojos cristalinos de su solecito. Acariciando los cabellos de sus hijos para calmarlos, luego cargando a uno de ellos. — te veo triste, angelito.
— No, no, no es eso. — rió nervioso, dandole golpecitos en el pecho. — es solo que... Me siento muy feliz de que estás aquí, conmigo. — sonrió, abrazando a México para esconderse en su pecho como siempre hacia. Había algo en México yéndose por tanto tiempo que le daba miedo, y no era una inseguridad de que vaya a engañarlo, no.
Era un miedo a que le hagan daño a México.
— Yo también estoy feliz de regresar contigo, mi vida. — sonrió, después viendo a su pequeño hijo quien lo abrazaba de igual forma. — te extrañé todos estos meses, no pensé que iba a tomar tanto tiempo. Te extrañaba a ti y a los niños. — expresó, dando un beso en la cabecita de su hijo.
México se quedó abrazado a Argentina unos segundos más hasta que se agachó para poder hablar con sus hijos. Mextina estaba detrás de Argentina, sosteniendo la mano de su papá solecito, viendo a México preguntarle algunas cosas a los gemelos quien solo respondían entusiasmados.
— Hiciste un buen trabajo, Mextina. Estoy muy orgulloso de tí, mi amor. — México le dijo a Mextina con una sonrisa, abriendo sus brazos a él para abrazarlo. Mextina fue hacia él, recibiendo el abrazo y muchos besitos en la mejilla.
México le había dicho a Mextina que ayude a su papá solecito a cuidar de los gemelos, y así lo hizo. Mextina ayudó en todo momento en todo lo que podía a Argentina. Era adorable ver cómo cuidaba de ellos por unos minutos en lo que Argentina estaba haciendo la comida.
Incluso les había enseñado ciertas cosas culturales de los dos países que eran sus padres; México y Argentina. Le gustaba hablar sobre eso, sus padres eran tan diferente pero al mismo tiempo iguales. Los pequeños aprendían siempre las culturas de ambos padres, era escencial que lo sepan desde pequeños que amas culturas eran igual de importantes.
— Iré en un momento, tengo que hablar con papá solecito. — avisó a sus pequeños quienes le pedían que fueran a jugar. México primero quería hablar con Argentina. No era nada malo, solo quería pasar tiempo con él, preguntarle cómo estuvieron sus días.
Una vez solos, México le dió un gran beso en los labios, así varios uno tras otro sin poder apartarse de los dulces labios de su solecito. Argentina reía suave entre cada beso, dejando que lo haga en todos lados que quisiera. Los brazos de México que lo rodeaban a la perfección y lo acercaban a su cuerpo.
— ¿Cómo has estado, mi corazón precioso? ¿Hay algo que tengas que decirme, cielo? — preguntó, yendo al sillón para que fuera más cómodo para ambos.
— Nada nuevo. Me quedé trabajando en casa desde que te fuiste, no podía salir con los tres bebés, es arriesgado. — explicó. Argentina no quería salir de casa para trabajar por lo que pidió hacerlo desde casa y de esa forma podía cuidar de sus pequeños. En ocasiones Chile lo visitaba para pasar tiempo con él y al mismo tiempo ver por los tres pequeños en caso de emergencia.
— Mi amor, sabes que puedes pedir ayuda para eso. Estar encerrado tanto tiempo no es bueno, los niños deben de salir de vez en cuando. — habló, acariciando el cabello de su esposo. — necesitas un descanso, corazón.
— ¿Mmh? No, estoy bien. — le aseguró con una sonrisa pequeña.
— ¿Seguro? Te veo cansado. Es importante que descanses de vez en cuando. Si tienes sueño puedes ir a dormir, yo me ocuparé de los niños. — sugirió. México no quería que Argentina sufra de cansancio extremo, le preocupaba, además de que tres meses cuidando de tres pequeños él solo no era un trabajo fácil.
— Quisiera dormir contigo... — susurró algo cansado, acercándose para acurrucarse en su pecho mientras lo abrazaba. Cerró sus ojos, sintiendo una agradable sensación al estar tan cerca de México. Era increíble lo que México ocasionaba en él. Tanta paz y tranquilidad cuando estaba cerca, acostado con él.
Recordaba las primeras veces que durmió en una misma cama con México cuando apenas eran novios de unas semanas. Fueron las mejores noches de sueño que había tenido en toda la vida. Sufría de insomnio, pero al dormir con México logró dormirse en cuestión de minutos, entrando en su primer sueño profundo en años, tranquilo y relajado.
Sin dudas México era el mejor novio del mundo, lo aseguraba.
Aunque varias personas le habían dicho que después del matrimonio México podría cambiar y ser algo seco con la forma en la que le hablaba, que no sería igual que cuando eran novios.
Era una gran equivocación. México seguía siendo como el primer día de novios.