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México sonrió entrando a casa, había traído un regalo para su solecito, tenía muchas ansias de ir con él para dárselo y darle millones de besitos en su rostro. El mexicano dejó sus cosas en la sala de estar, yendo dónde debería de estar Argentina trabajando. Lo encontró ahí, efectivamente, trabajando.
Se acercó, abrazándolo y besándole la mejilla, feliz de haber llegado a casa después de un largo viaje.
Argentina no lo miró, ni lo saludó, estaba enfocado en su trabajo. Después de unos segundos, miró al mexicano, le dedicó una muy pequeña sonrisa, casi inexistente, y volvió a lo suyo.
—¿Qué pasa, mi amor? Pensé que estarías feliz de verme. Te traje un regalo, cariño, ¿Quieres ir a verlo?—Preguntó.—Has estado trabajando mucho, pensé en ti cuando lo compré.
—Ah, ya... México, tengo muchas cosas que hacer, ¿Podrías dejar de molestar?
¿Molestar?
—... Ah, lo siento, lo siento si te molesto.—México rió nervioso, separándose de él para irse.—E-Es mi culpa, lo siento mucho, no volveré a hacerlo.
México se fue de ahí rápidamente.
¿Por qué le había dicho que era molesto? Solo quería darle un regalo a su solecito. ¿Por qué tenía ganas de llorar cuando escuchó eso?
