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Llegar cansando del trabajo era algo que México odiaba, eran las dos de la mañana, había terminado varias cosas que sus estados no habían hecho bien, las había arreglado para que ellos no tuvieran ningún problema a futuro y que no se estresen mucho con eso, México quería lo mejor para sus pequeños.
Argentina siempre le decía que debía de dejar de hacer eso, que solo lo estaba lastimando y cansando de más.
—Agh... Me duele la cabeza...—Se dijo así mismo, yendo a la habitación, encontrando a su solecito ya durmiendo en la cama, abrazado a su peluche y al parecer usando una camisa de él.
No encendió la luz ni nada de eso para no molestarlo, fue directo al baño para cambiarse de ropa y no molestar con la luz. Argentina poco después se despertó, viendo la luz del baño encendida, sonrió, se levantó de la cama, yendo hacia ahí, abrió la puerta justo cuando México iba a salir también.
—Solecito, ¿Qué haces despierto?—México preguntó.
—Queria verte...~
México sonrió, besando al menor en los labios antes de apagar la luz e ir con él a la cama, encendiendo la pequeña luz al lado de la cama. Acurrucó bien a Argentina con las sábanas, dándole besitos en la frente.
—¿Mañana tienes que irte también?—Le preguntó, algo triste de que México tenga mucho trabajo. Se aferró a su brazo, con un pequeño puchero.—No te vayas...
—Solo será para hablar con mis hijos, corazón, no voy a tardar nada. Ahora duerme, mi amor.
Apagó la luz, acostándose y abrazando al menor, acercándolo a él, besándole los labios.
—Buenos noches, Argentina... Solecito.
—Buenos noches, México.
Así fue como se quedaron dormidos juntos, abrazados por supuesto por debajo de las sábanas. Argentina era feliz de saber que México estaba a su lado, abrazarlo y ser abrazado cuando era hora de dormir era lo mejor del mundo.
