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Dos semanas después de lo dicho por Argentina, un mes de embarazo ya. México miraba al menor jugar por ahí con aquel gatito, lo miraba atento, a su pancita que todavía no crecía, de verdad no podía creer que iba a tener un bebé y que iba a ser papá.
Pero, tenía un problema. No estaba tan feliz, la preocupación lo estaba matando, si el estrés no lo hacía, lo haría lo tan preocupado que está por Argentina y el embarazo, los riesgos que conlleva, el riesgo de muerte o de aborto espontáneo en el tercer mes en adelante.
—¡México!—Argentina corrió hacia el, tropezando en el camino, cayendo al suelo.
—¡Argentina!—México corrió hacia él, agarrándolo en brazos, demasiado preocupado.—¡¿Estás bien?! ¡¿Cómo te sientes?! ¡¿Cómo está el bebé?!—Colocó su mano sobre la pancita de Argentina, tenía tanto miedo de que eso pase otra vez.
—México... Estoy bien...
—Claro que no. No estás bien, debes de cuidarte más, Argentina, ¿Sabes la responsabilidad que tienes dentro tuyo, verdad?—México le preguntó, molesto de que se le tome a juego.
Argentina hizo un puchero, sollozando cada vez más, demasiado triste porque México le había gritado de esa forma tan fea.
—... Lo siento... Argentina, ya... No llores, lo siento, ¿Si? Lo siento por gritarte, es solo que... Me preocupas mucho y más ahora que estás esperando un bebé.—México explicó, sentándose ahí con él. El del sol asintió, todavía triste.—No quiero que te sientas mal con eso, solo... Estoy preocupado.
—Lo se... Lo siento.
—No pasa nada, levántate.
México lo ayudó a levantarse. Caminando con él dentro para asegurarse de que todo esté bien.
El mexicano no sabía quién iba a estar más estresado, Argentina o él.
