PAIN IS SO CLOSE TO PLEASURE

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Enzo no sabía qué hacer. Las ventanas no se podían abrir, la puerta por supuesto tampoco. No había ninguna opción de escapar. Una vez admitido que no iba a lograr huir, se puso bajo la ducha y se entregó al llanto más incontenible. Le había despojado de todo. No tenía su ropa puesta, ni disponía de sus pertenencias, su móvil. Tenía que recordarse que él no podía quitarle su identidad así como así. Seguía siendo Enzo Efseryan.

Apretó sus manos crispadas entre sus piernas. Quería olvidarse de sus humillaciones. No pretendía volver a llorar porque Lars se excitaba con su dolor, su desconcierto, su indefensión.

Pasó muchas horas ahí solo. A ratos dormido, a ratos comisqueando, a ratos leyendo. Disponía de libros interesantes pero por supuesto no tenía la mente para concentrarse en un libro. De repente recordó que tenía que vestirse para él. Rebuscó en la bolsa que le había tirado. Se puso el tanga color rojo con cintura elástica blanca y la corbata roja. Nada más. Se miró en el espejo de cuerpo entero. Tenía razón Lars, era una bomba sexual. Le hacía el cuerpo aún más esbelto, más largo.

Estaría bien maquillarse. Un bonito color de labios rojo, rizar sus largas pestañas, aplicar algo de kohl que tan bien sentaba a sus ojos, aunque no demasiado. Enzo se lanzó un beso a si mismo.

Se oyó la llave en la cerradura. Su piel se erizó. Oyó como dejaba la llave en la entrada. Le espió desde su esquina. Se había quitado la cazadora. Parecía exhalar fuerte por la boca. Oyó su respiración claramente. Le estaba viendo pero él no era consciente. Estaba asomado a una esquina contemplando su entrada en casa. Se acercó a la nevera y echó un trago a un tetra-brick de leche. Se secó con el dorso de la mano. Enzo no osó moverse. ¿De dónde sacaba ese aplomo, esa seguridad en si mismo? No le estaba buscando, daba por hecho que seguía aquí. No se planteaba que hubiera escapado. Avanzó por la cocina y Enzo se replegó rápidamente a su antigua posición. Frente al espejo del dormitorio. Lars se quedó en la puerta cruzándose de brazos mientras examinaba su conjunto. Estaba muy serio.

- ¿Qué estas haciendo? –preguntó sin descruzar los brazos.

- ¿Yo?

- Si, tú. No hay nadie más en esta habitación.

- Estoy esperándote –confesó mirando al suelo, dócil.

- Eso no es verdad. Te estás mirando en el espejo...

- Pensaba en maquillarme para ti.

Como un vendaval se acercó a él y le agarró por el cuello muy fuerte, estrellándole contra la pared. Sus ojos refulgían de ira. Tenía la mandíbula apretada y sus manos abarcaban su cuello apretando justo en el centro.

- ¡No te atrevas nunca más a interrumpirme cuando hablo, maldito seas! –vociferó con su nariz arrugada pegada a la suya.

Le miró espantado, intentando apartar sus manos de su cuello pero no era capaz. Las retiró cuando quiso. Empezó a toser sin parar. Le agarró con una mano de ambas mejillas haciendo que levantara el rostro a él.

- ¿Quién te ha dicho que lo que llevas puesto es para ti? Tu solo lo llevas puesto. Todo lo que llevas puesto es única y exclusivamente para mi placer.

- Yo solo quería ver cómo me quedaba –solo se le ocurrió decir y volvió a mirar al suelo.

- ¿Crees que me chupo el dedo? Se perfectamente la clase de hombre que eres, Enzo. Lo supe desde que me tropecé contigo en el ascensor.

- ¿Y quien soy? –ahora le miró directamente a los ojos. Casi se podía decir que le retaba.

- Eres una zorrita. Estás acostumbrado a hacer y deshacer a tu antojo. A utilizar a los hombres a tu conveniencia. Tu éxito profesional contribuye mucho a ello, claro. Te lo estás creyendo mucho ¿verdad?

MR BAD GUYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora