MR BAD GUY

IT'S HOPELESS, SO HOPELESS TO EVEN TRY

- ¿Qué te ha parecido mi silla eléctrica del amor?

- Muy eléctrica  -le miró Tarek fijamente hasta acabar ambos estallando en carcajadas.

- Bueno, ¿y ahora qué hacemos, mon chérie? ¿Nos volvemos al trepidante Londres de una vez?

- No hay nada más trepidante que lo que acabamos de hacer tú y yo hace un rato.

- En eso te doy la razón –le estrechó por la espalda contra su cuerpo.

- Dejemos de momento Londres a un lado. Ahora estamos en la beau France y no planeo a corto plazo un regreso.

- Eh, no puedes tenerme secuestrado tanto tiempo.

- Claro que puedo y lo haré. No tienes ningún control, Efseryan. Más te vale dejarte llevar.

- Ay, coño... -detuvo su comentario irónico mientras observaba con amorosa calma como el precioso trasero de su marido abandonaba la cama.

- ¿Qué? –se giró de repente captando encantado su mirada en su culo.

- Nada. Que haré todo lo que tú me digas, por inconfesablemente guarro que sea.

- Tranquilo, solo quiero que te vistas y me acompañes a dar un paseo por la playa esa que tenemos enfrente.

- Oh, no. Eso noooo –enterró la cara en la almohada haciéndose una casetita con ella, como un caprichoso niño pequeño.

- ¿Por qué no? Es una playa fabulosa. Podemos mojarnos los pies, hasta darnos un baño. Hay poquísima gente.

- Nuestras experiencias en las playas han sido todas negativas. En nuestra luna de miel casi me ahogas.

- Qué bien se te da exagerar y sacar todo de contexto.

- Y el paseo que dimos por la playa de Eastbourne tuvo como desencadenante nuestro divorcio.

No podía competir con la buena memoria de Enzo. Lo recordaba absolutamente todo. Tenía razón, las playas y ellos no eran un buen binomio.

- Esta playa será distinta. Nos traerá buena suerte. Vamos, perezoso –tiró de su brazo mientras Enzo se resistía como un cosaco.

Les Sables d'Opale era una playa gigantesca donde la arena se extendía lo que parecía una kilometrada y a Enzo no le apetecía ponerse a caminar. Al final Tarek le consiguió empujar de la cama y conseguir que emprendiera ese paseo al atardecer con él.

Enzo era a veces una suerte de maniático supersticioso. Prestaba mucha atención a las señales que le iba poniendo la vida. El comentario de las playas no era ninguna excusa para no hacer ejercicio, él creía firmemente que había cosas que atraían la desgracia.

Tras una cena opípara en la habitación donde uno se comió lo del otro, Enzo seguía preguntando impertinente qué era lo siguiente.

- ¿Quieres dejar de preguntarme? Te he dicho que estás en mis manos.

- ¿Durante cuánto tiempo?

- Oh, cariño. Puede que el resto de tu vida.

- No te lo crees ni tú eso, belleza.

- Gracias por lo de belleza.

Al día siguiente, no muy temprano para no importunar los curiosos hábitos de sueño de Enzo, emprendieron rumbo a París. Pero Tarek no le dijo que viajaban a la capital francesa hasta que casi estaban llegando.

Cuando Enzo supo que París era su destino, después de haberle dado el coñazo las tres horas de viaje, se puso a dar saltos en el asiento como el niño consentido que muchas veces era.