7. Dime que me quieres

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Ayudo a Ana a preparar la cena mientras Jose ve el futbol y Carlos termina con unos apuntes.
La cocina en tonos blancos y celestes aportan gran luminosidad en comparación con la cocina rústica de mi casa. Siento que hay más espacio debido a la suave decoración.
Intento cortar las verduras de la forma más fina posible, pero cocinar no es lo mío.
Ana reprime una risa al ver el destrozo que le estoy haciendo a las verduras y yo me pongo aún más recta. Esta semana no voy a ganar para fisioterapeutas, me siento constantemente agarrotada.
—No estás muy acostumbrada a esto, ¿no? —dice echando el ajo a la sartén.
—Cocinar no es lo mío —sonrío avergonzada.
—Me refiero a conocer a la familia de tu novio.
Mierda. Corto un trozo de tomate con demasiada presión y se cae al suelo manchando este y la encimera. Soy una auténtica idiota.
Me agacho rápido y comienzo a recoger el destrozo con manos temblorosas.
—Lo siento muchísimo.
—Querida no pasa nada, es solo un trozo de tomate. Si vieses las que Jose me forma... —me tranquiliza mientras me ayuda a limpiarlo.
Asiento avergonzada. Ana apagada la vitrocerámica y me indica que la acompañe al patio, dejando la comida sin hacer. De nuevo esa sensación de entumecimiento.
Da unas palmaditas en el banco de madera y me siento a su lado, sentándome en mis manos para controlar la manía de quitarme la piel muerta.
La brisa suave mueve las hojas de la planta que trepa las paredes y los flecos de la cortina que separa la terraza de la casa.
—Abril sé que esto puede resultarte incómodo, pero quiero que sepas que esta es tu casa y no tienes que medir las palabras o los gestos para ser perfecta. Ninguno lo somos y si te soy sincera... me gusta la Abril que bromea con mis hijos. Es divertida —me guiña un ojo.
—Lo siento, lo intentaré —aparto la mirada.
—¿Quieres contarme qué pasa? Me da igual que seas la novia o amiga de mi hijo. No tienes que cumplir ningún papel en particular, solo ser tú —trata de convencerme.
No puedo decir qué pasa si ni yo misma sé lo que pasa. ¿No es suficiente presión conocer a los padres de tu pareja? Dar buena impresión para que no te odien y poder tener una buena relación de cara al futuro.
Pensar en el futuro es algo que evito, solo trato de centrarme en el presente y no dejarme llevar por los impulsos. Elegir con conciencia la felicidad.
—Supongo que es la presión de querer que no me odiéis —bromeo.
—Yo con que no le rompas el corazón a mi hijo, no tengo motivos para odiarte —me sonríe.
—¿Romper el corazón? —me atraganto justo cuando lo digo.
—No entres en pánico mujer —apoya su mano en mi rodilla para tranquilizarme—, si tienes que cortar con mi hijo por lo que sea puedes hacerlo, me refiero a engañarlo, tratarlo mal y ese tipo de cosas. Sé que tú no harás eso.
Sonrío con una losa en el pecho que me impide respirar. Está a punto de volver a pasarme.
Finjo que me llaman, me despido con un gesto y voy hacia el cuarto de baño.
¿Voy a romperle el corazón? No quiero romperle el corazón a nadie. No quiero que alguien se sienta tan decepcionado y destrozado como me he sentido yo.
Recuerdo las palabras de aquella vez, fue él el que dijo literalmente "Quiero que me prometas que me vas a romper en mil pedazos".
¿Eso es a caso lo que voy a hacer?
Retuerzo mis dedos, los deslizo uno por otros, los crujo, quito la piel muerta... nada consigue aliviar esta sensación que me ahoga.
Son todos fantásticos. Sus padres, su hermana, él... No quiero romper todo esto, es la primera vez que no dudo en que me quieran.
Abro el grifo y mojo mi cara en un intento de que el frío me haga tranquilizarme, pero no lo consigue. ¿Qué coño me pasa? ¿Por qué esta sensación cada vez es más frecuente?
Pienso en ello y me reconozco la causa de todos mis males. Cada vez está más próxima la fecha de los seleccionados para el concurso, concurso que se retrasó varios meses por culpa de las subvenciones. Si somos elegidos eso significaría volver a verlo y no puedo. Las heridas siguen abiertas y no voy a fingir como lo hacía antes. Me sigue doliendo.
Miro el reloj pensando en llamar a Bea, pero todavía está en pleno turno, no puedo molestarla siempre con lo mismo.
Soy feliz. Lo soy.
Salgo del baño y pego en la habitación de Carlos. Me grita que pase y sin pensarlo entro y cierro la puerta con cuidado.
Sonríe al verme y siento esa calidad que me hace sentir a salvo. Su pelo castaño con betas rubias debido al verano le dan un aspecto más juvenil, sus pecas se han incentivado por el broceado y sus ojos color miel transmiten todo el cariño que me tiene. Es perfecto y es mío. Me quiere con todas mis imperfecciones.
Aparto un poco la silla y me siento en su regazo ante su mirada atónita.
—¿Mayo?
—Dime que me quieres —le susurro sin apartar mi mirada de él.
Traga saliva con dificultad y sus pupilas se oscurecen.
Me mira en silencio, contemplando todos mis gestos, preguntándose a qué se debe esto.
—Te quiero —apoya sus manos en mis caderas.
Subo mis manos por su torso hasta llegar a su cuello y lo acaricio lentamente.
—Dímelo otra vez.
—Te quiero —dice de forma lenta sin quitar el contacto visual.
Atrapo sus labios con los míos y nos fundimos en un beso que nos deja extasiados y hace que nuestros cuerpos reaccionen. Nuestras manos exploran la piel del otro y ahogamos los pequeños gemidos para que nadie nos escuche.
Levanta mi cuerpo y me tumba en la cama, desnudándome mientras no para de repetirme una y otra vez cuánto me quiere. Mis respuestas son besos, caricias y arañazos.
No sé si hacemos el amor o tenemos sexo, pero es lo único que consigue aliviar mis miedos.

Ex, vecinos y el Hilo Rojo del Destino (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora