77. No tiene remedio

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Hace seis meses...

Ahora sí que sí. Miro una vez más mi imagen en el espejo y no puedo evitar dar dar una vuelta orgullosa para mirarme desde todos los ángulos. El vestido azul marino con un bordado de lunas y estrellas tiene un escote cuadrado muy sutil, con mangas largas aunque el largo es corto, por lo que llevo medias polares para no pasar frío. Esta vez he cambiado mis botas por unos tacones de aguja negros que me dan un aire más adulto y el maquillaje es muy natural junto al cabello recogido en un moño bajo con dos mechones sueltos.
Hoy sí es la cita oficial y a la vez estoy muy nerviosa porque tan solo faltan dos días para enviar la participación y para volver a la residencia.
No paro de repetirme que todo va a salir bien ya que ambos nos estamos comportando de forma bastante adulta. Cada problema que tenemos lo hablamos y aunque evitemos hablar de lo que pasó, quizá la base para perdonar y poder comenzar desde cero es no volver a pensar en aquello.
Cojo mi móvil y mi bolso y justo cuando paso por el salón para despedirme, mi madre me intercepta y me mete en el cuarto de invitados.
—¿Mamá, qué...
—¿Entonces sales con él? —sonríe de forma pícara.
—¿Qué? ¡Voy a salir con...
—Tus amigas imaginarias —hace un gesto con una mano—. La excusa me la sé.
—¿Sabes que has sonado muy cruel y...
—¿Entonces estáis saliendo o no?
—¡Deja de interrumpirme!
—¿Pero sí o no? —insiste.
Reprimo un sonido animal y trato de tranquilizarme. Espero no parecerme a ella en esto, porque entonces tengo que disculparme con cualquier persona que se haya visto obligada a aguantarme, sobre todo con Héctor.
—Mamá, quizá si me dejas hablar pueda contestarte —me mira expectante—. No estoy saliendo con nadie y no tengo planes de hacerlo —miento—. Esto es una cena meramente profesional, porque como ya te dije estamos juntos en el proyecto —mantengo la compostura increíblemente bien.
Mi madre frunce el ceño y me mira de arriba abajo hasta que niega con la cabeza con desilusión. Se sienta en la cama con aparente aburrimiento y me deja a la espera de que pregunte qué le pasa, cosa que acabo haciendo porque me ha dejado con la intriga.
—Para que me mientras mejor no me digas nada —se cruza de brazos.
—Eres tú la que has insistido —frunzo el ceño.
—Porque últimamente te veo distinta. ¿Tan malo es que una madre quiera saber por qué su hija es feliz?
Oh, no. Ya ha jugado la carta de la nostalgia. Me mira con ojos de cachorrito y emito un sonoro suspiro antes de sentarme a su lado. De pronto, su faceta divertida se apaga y me pasa una mano por los hombros de forma protectora.
—Mantengo lo que te dije en su momento, pero solo quiero que tengas cuidado —me sonríe.
—¿No dijiste que estoy en la edad de volver a equivocarme?
—Sí, pero aprende de ello. Esta vez al menos, no te tires del avión sin llevar paracaídas. ¿Vale?
Asiento y me dejo estrechar por sus brazos que mecen suavemente. Esta vez estoy segura de lo que quiero y no me imagino en ningún momento el futuro irreal que me imaginaba antes. No pienso consentir nada que me haga sentir mal y si realmente veo que vuelve alguna actitud que no me guste pienso dejarlo. Lo quiero, pero tengo que esforzarme en quererme a mí por encima de todo. Espero esta vez poder conseguirlo.
Salimos de la habitación y mi padre nos mira con el ceño fruncido.
—¿Qué hacíais ahí?
—Pedro, no te pega ser tan cotilla.
—Ya empezamos. No se puede hacer una pregunta en esta casa —se va refunfuñando hacia el salón.
Mi madre me mira con una sonrisa cómplice y se acerca a mí para que no nos escuche.
—Hay cosas que funcionan muy bien con los hombres. ¿No quieres que se entrometan en algo? Acúsalos de cualquier tontería. Su ego masculino hará el resto —me guiña un ojo.
Suelto una pequeña carcajada y me despido de ella que se mete en su habitación. Abro la puerta de la calle y noto que de nuevo me paran, pero esta vez es mi padre. ¿Alguien me va a dejar salir de esta casa? Solo hace falta que de presente mi familia entera y unos testigos de jehova.
—Tú sabrás lo que haces, pero no quiero verte llorar por el mismo chico. ¿Entendido?
Sus palabras me pillan desprevenida y asiento sin poder evitarlo.
—Recuerda una cosa: no eres un centro de rehabilitación.
Se despide de mí y me deja sin palabras. ¿Qué quiere decir con ello?
Bajo a la calle totalmente confundida y me quedo unos segundos perdida en mis pensamientos hasta que unos brazos me cogen en brazos y me hacen soltar un pequeño grito por la impresión.
—Tengo la "ex ex novia no novia" más guapa de la ciudad —besa mis labios sin darme tiempo a reaccionar.
—¿Solo de la ciudad?
—Hombre... compites contra Scarlett Johansson.
—¡Ey! —le pego un golpe en el brazo.
—¡Es broma! Sabes que me gustan más altas y desequilibradas... y si tienen unos tacones de aguja muchísimo mejor —vuelve a besar mis labios.
Veo la cortina de mi ventana moverse y aparto a Héctor de forma sutil. Creo que mi madre ya ha visto demasiado.
—¿Te gusta como voy vestida? —sonrío orgullosa.
—Si tuvieses una sudadera, me gustaría más —me guiña el ojo.
No tiene remedio.

Ex, vecinos y el Hilo Rojo del Destino (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora