91. ¿Soy la única que necesita espacio personal?

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Puede que después de cuatro cervezas, Sara me caiga un poquito mejor.
Estar con ella de este modo, me hace pensar en Bea y en lo mucho que la echo de menos. Ojalá fuese ella la que estuviese en frente. Seguro que estaría con una bata espectacular junto a un bikini llamativo y sus gafas de sol puestas, y cambiaría la cerveza por cantidades ingentes de mojito.
El chiringuito, decorado con paja y elementos del caribe, está con bastante ambiente y el ukelele de fondo hace que entres en un estado de relajación máximo. Necesitaba un respiro, y paradójicamente, me lo está dando la nueva novia de mi ex. Si esto me lo dicen hace medio año, probablemente me habría reído hasta acabar al borde de la histeria. Lo estoy llevando bastante bien, o quizá sea el alcohol un gran aliado. No lo sé.
Hemos empezado una especie de juego de qué nos molesta más de nuestra pareja, y la verdad es que está siendo cruelmente divertido.
—Odio cuando se pone super ñoño. ¿Soy la única que necesita espacio personal?
—Te comprendo —ríe sutilmente—. Aunque en mi caso, no me vendría mal un poco más de cariño —juega con el culo de su botellín.
—No te preocupes, Héctor nunca ha sido sinónimo de romanticismo —miento.
Hasta yo consideraría cruel regodearme de que a mí me trataba de forma distinta. Pienso que quizá con ella no sea así porque no la quiere lo suficiente, pero si me paro a razonarlo, ambos hemos cambiado bastante. Ni a mí me gusta actualmente el romanticismo desmesurado, al igual que a lo mejor él ahora no es de dar cariño vacío.
Le hago un gesto para indicarle que le toca. Apoya uno de sus codos sobre la barra y esta vez parece enfadada. Creo que es la primera vez en todo lo que llevamos juntas que veo en su rostro una expresión distinta a su sonrisa tranquila.
—Odio que cuando se siente acorralado, me rete de la forma en que lo hace. Me parece bien que no quiera hablar las cosas, pero sacar esa frialdad me enerva.
Vale, puede que el alcohol se me haya subido un poco, porque mientras ella me cuenta su decepción con Héctor, que me hace querer gritarle un "bienvenida al club", yo no paro de pensar en lo graciosa que suena la palabra ""enervar".
—¿Por qué te enamoraste de él? —no puedo evitar preguntar.
Mi parte masoquista quiere que conteste con lo que yo contestaría. El peligro, la intensidad, la diversión, la capacidad que tiene para convertir cualquier cosa en única, pero su respuesta no es lo que esperaba, aunque quizá sí lo que necesito.
—Porque me reta, aunque lo odie. Porque aunque ha intentado ocultarme su peor parte, me la acabó enseñando y no se fue tras ello.
Le sonrío con incomodidad y le pego un buche amplio a mi cerveza. Ama todo lo que yo odié. Quizá por eso nuestra relación siempre estuvo condenada al fracaso.
Como si me apeteciese sufrir, le pregunto por su historia, cómo empezaron a salir y con cada nueva palabra, siento que todo es más real que lo que tengo con Carlos. Duele demasiado.
—No volví a saber nada más de él hasta después de las vacaciones. Me lo encontré un día bajando con cajas y cuando bromeé y ni me escuchó, me preocupé —me mira de reojo y hace una mueca antes de continuar—. Tenía barba, ojeras y bueno... se veía mal en general. El resumen es que lo ayudé a bajar cosas, acabamos pasando unos minutos... —para por educación y yo sigo con la misma sonrisa tirante para que no se me note lo que odio saber que se acuestan juntos—, y se marchó sin despedirse. Un mes más tarde me lo volví a encontrar y lo ignoré. Supongo que se sintió culpable y su insistencia por el perdón, es lo que hizo el resto. Más idas y venidas, pero cada vez que volvía, cambiaba algo en él. Estaba más comprometido —sonríe mirando a la barra.
Es un claro insulto al feminismo. ¿Que soy la menos indicada para hablar? bueno, más bien pensar, pero sí. No dudo en decir que si lo estaba pasando mal en una relación, no llego a entender que haya seguido luchando. No podemos depender de que las personas cambien en un futuro, y mucho menos, acogernos a futuros inciertos poniendo en riesgo nuestra felicidad y estabilidad emocional.
Soy una hipócrita de narices y me avergüenzo de ello. 
—En mi caso, nunca esperé nada de Héctor. No pensaba que iba a ser mi caballero de la brillante armadura ni nada parecido. Me lo pasaba bien, nos divertíamos y el tiempo hizo el resto. Creo que esa es la clave, no idealizar a la otra persona.
Vale, las cervezas deben estar perdiendo su efecto, porque su madurez desmesurada hace que cada vez me ponga de peor humor.
¿Idealicé algo? Iba con el freno de mano echado de forma constante. La desconfianza estaba impregnada en cada poro de mi piel y cuando pude volver a confiar, me la volvió a jugar. No, no estaba haciéndolo.
"Siempre te dejó claro que no quería hablar del pasado".
Y una mierda. Me pido otra cerveza para acallar a la pequeña voz que sigue demasiado sobria.
Antes de que llegue, veo a dos chicos que se acercan hacia nosotras. Cuando los distingo, me da un vuelco el estómago.
—¿Nuestros novios están enfadados? —pregunto sin apartar la mirada de ellos.
—Pues sí. Y bastante.

Ex, vecinos y el Hilo Rojo del Destino (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora