136. Desintoxicarnos

383 43 6
                                    

1 de enero del 2023. Un comienzo de año en el cual tomar una decisión importante, pero antes de eso, nos prometemos pasar el mejor día de nuestra vida. Por la noche ya tocará la seriedad. Necesitamos evadirnos de todo, y desde lo de Carlos, yo estoy ansiosa por simplemente sonreír y no pensar en el daño que le hice, o en sus palabras llenas de odio. Es algún que aún no he hablado con Héctor y me da miedo su reacción al saber que me he acostado con él.
Pese a hacer frío y estar a pie de playa, el restaurante de Pierre está climatizado y no me hace falta abrigo, me basta con el vestido de lana burdeos y las medias negras. Héctor, viste con uno de sus jerséis de cuello alto y como siempre, sus anillos. Anillos que ahora miro de una forma distinta y me hacen desearlo aún más, pero no meramente como algo carnal, sino con algo que me llena el corazón de una calidez que me embriaga. Saber su historia hace que por primera vez, vea un futuro, y su sonrisa sincera me hace pensar que él piensa lo mismo.
Pierre, se acerca a nosotros con su sonrisa amable y pone sus manos sobre nuestros hombros. Me ha alegrado mucho verlo tras un año, sigue igual a excepción de unas canas nuevas que adornan su bigote revuelto.
—Querida Abril, no sabes lo mucho que me ha gustado tenerte de vuelta.
—La comida ha estado exquisita, como siempre —le sonrío y aprieto su mano con cariño.
—El chico nunca me dice cosas tan bonitas —suspira dramático.
—¿Disculpa? ¡Si prácticamente soy tu cliente estrella!
—Pero no eres tan guapo como Abril —le guiña un ojo con sorna.
—En eso estamos de acuerdo —le sonríe y me mira de forma que me hace ruborizar.
A estas alturas, pensé que Héctor no podría sonrojarme, que estaba tan acostumbrada a él que era inmune, pero me equivocaba. Siempre que subestimo mis sentimientos hacia él me equivoco, y eso me encanta. Hace que me sienta viva.
Héctor paga la cuenta y damos un pequeño paseo cogidos de la mano, por la orilla de la playa, antes de volver a nuestro pueblo.
Miro a las olas romper contra la arena y desearía poder empezar desde 0, con ambos sanados y sin problemas que afrontar.
—Ojalá fuésemos dos desconocidos.
Da un leve apretón a mi mano para luego acariciarla pasando levemente por la pulsera roja. No pudo evitar sonreír.
—Me enamoraría de ti al instante —posa un beso sobre mi coronilla.
—¿Solo porque estoy buena? —me burlo.
—Sí —me sonríe de medio lado.
Doy un golpe en su hombro y él responde cogiéndome en brazos y me amenaza con tirarme al agua, pero esta vez, no tengo miedo. Sé que puedo confiar en él.
—Lo haría porque eres preciosa y porque estoy seguro que en cuanto te viese, mi corazón palpitaría con diez latidos más de diferencia.
Me suelta en la arena y por primera vez en el día, me besa. Nuestros labios se acompasan y nuestras lenguas se acarician con lentitud, al igual que nuestras caricias.
—Te amo, princesa —susurra en mis labios.
—Te amo, capullo.
Deposita un último beso en mis labios antes de volver al coche. En el trayecto, él no aparta su mano de mi rodilla y yo acaricio sus nudillos en todo momento mientras el atardecer se pone. Ha sido un día maravilloso.
Cuando llegamos, el sol se ha ocultado y el frío hace que vuelva a ponerme el abrigo, aunque el frío tenga poco que ver con el tiempo. Una vez en el ascensor del piso de Héctor, el ambiente se vuelve pesado y cuando pasamos el umbral de su puerta, aspiro el aroma a roble y menta que desprende su casa. Me acero a la estantería de madera clara y cojo la foto de su madre. Acaricio el marco y los brazos de Héctor se envuelven en mi cintura.
—Tienes sus mismos ojos.
—Era guapísima. Donde iba siempre era el centro de atención. Me recuerdas mucho a ella en ese sentido.
Es el momento. No puedo posponerlo más.
—Héctor, cuando me miras... ¿sigues sufriendo?
Sus brazos se ponen rígidos, pero no se separa de mí en ningún momento.
—A veces tengo la sensación de que ser feliz es como defraudarla. Siento que no tengo derecho a sentirme completo.
—¿Te sientes completo conmigo? —juego con su pulsera a juego con la mía.
—Contigo me siento vivo. Hacía seis años que no sentía qué era eso, y por eso mismo...
—Por eso mismo tenemos que ir despacio —termino por él.
Suelto la fotografía en su sitio y apoyo mi cabeza en su pecho y me dejo abrazar.
—Necesito asumir la muerte de mi madre para poder ser quien te mereces —tiembla su voz.
Me giro y acaricio su rostro de forma lenta, con todo el cariño que soy capaz de transmitirle.
—Cuando hablé con Carlos, no sé cómo, pero nos acostamos —aparto la mirada—. Creí que se lo debía y cuando se marchó me dijo que eso era lo que me gustaba, que me follasen y me abandonasen. Después de lo que le hice... se merece un poco de respeto—reprimo las ganas de llorar.
Héctor me abraza contra su pecho aunque está tenso de pies a cabeza.
—¿Te dijo esa barbaridad?
Asiento.
—Se suponía que ese tío era mejor que yo, por eso me retiré, pero... —su voz se vuelve cada vez más brusca y se silencia. Da unas cuantas respiraciones antes de volver a hablar—. Quiero matarlo, pero sería un hipócrita —suspira.
—Yo le hice eso —muerdo mi labio inferior, pero no puedo evitar que una lágrima se deslice por mi mejilla.
—Ambos se lo hicimos. Ni Sara ni Carlos se lo merecían.
Ir despacio. Desintoxicarnos del otro y ser capaces de estar juntos sin que nos cree la dependencia de saber que en los brazos del otro, los problemas desaparece . Una vez más separados, aunque quizá, más unidos que nunca.
—Entonces, ¿somos amigos? —pregunto con el ceño fruncido.
—Suena mal —se muerde el labio para evitar reírse.
—No nos pega —arrugo la nariz—. ¿Tienes otra etiqueta? —uno su mano con la mía.
Finge pensar por unos segundos antes de contestar.
—¿Amiga ex ex novia no novia futura novia?
No puedo evitar soltar una carcajada pegadiza antes de que nos besemos. Sin apartarnos de la boca del otro, recorremos el camino hacia su habitación y me tumba en la cama. Se aparta unos centímetros y acaricia mi mejilla.
—Pero, podemos ser amigo mañana —me sonríe.
—Solo un par de llamadas a la semana —concreto.
—De no más de quince minutos —besa mis labios.
—¿Otras personas?
—Que surja lo que tenga que surgir.
—¿Quedar? —pregunto mientras mis manos desabrochan su cinturón.
—Una vez al mes y sin besos. Amigos —sonríe contra mi boca.
—Sin ropa sexy —le advierto.
—Como te vea con una sudadera, no respondo.
Sus manos descienden por cada curva de mi cuerpo y las mías temblorosas se adentran por su jersey. Nuestra ropa va desapareciendo y nuestra piel es cubierta a base de besos y caricias que nos llevan a susurrar el nombre del otro hasta llevarnos a los gemidos incontrolables.
—Te quiero —gime en mi oído.
—Y yo a ti. Muchísimo.
Esta vez no es el fin. Quizá, es un nuevo comienzo.

Ex, vecinos y el Hilo Rojo del Destino (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora