74. Lo viejo conocido

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Estoy sentada en medio de Héctor y Carlos mientras mi madre sirve la comida y mi padre abre las botellas de vino.
—Siempre he sido de los que piensa que lo bueno conocido es mucho mejor y que no hay necesidad de arriesgar cuando algo ya gusta, pero de vez en cuando hay que intentar innovar —sonríe Héctor.
Afino los labios y aprieto las manos por debajo de la mesa en un intento por mantener la compostura. Evidentemente no va a ganar un premio a "ex novio ejemplar". De hecho, quiero ahorcarlo con la servilleta de papel.
Miro a Carlos de reojo quien tiene esa sonrisa que realmente ocukta un malestar muy profundo, por lo que le meto una patada a Héctor debajo de la mesa de la cual ni se inmuta. Se limita a sonreírme de medio lado aumentando mis instintos asesinos.
—Pienso igual. Hemos intentando probar otras marcas muchas veces, pero asumo que las personas mayores somos gente de costumbres —ríe sirviendo las copas.
—¿Mayores? Habla por ti, cariño. Estoy en plena flor de la vida —le amenaza con la cuchara de madera
—Al lado de ellos somos unos carcamales.
—Pues yo os veo igual que cuando os conocí, parece que no ha pasado el tiempo por vosotros —les sonríe Héctor.
¿Cómo puede ser tan asquerosamente pelota? Debería ser ilegal lo que está sucediendo en esta cocina. Es indignante.
Carlos reprime otra mueca y agarro su mano bajo la mesa. Creo que está llegando a límites que ni él mismo sabía que tenía.
—No seas adulador —le dice mi madre sin evitar sonrojarse.
—¡No lo soy! Estáis estupendos, incluso diría que más en forma incluso.
—¿Ves, Carmen? Te dije que la dieta funcionaba.
Esta vez me uno a mi madre en poner los ojos en blanco. No, no le funciona, y que Héctor dé en el punto justo para ganarse a mi padre, solo hace que mire al tenedor con una nueva utilidad que no es precisamente "comer".
Carlos me mira de reojo y susurra un "te lo dije". Vale, puede que parezca una especie de competición.
La comida está servida y comenzamos a comer entre una ronda de preguntas que se centran en Carlos. Todos tenemos una copa del vino que Héctor se ha adjudicado.
—Hay mucha gente que se centra en el diseño de interiores o también muchos otros que quieren centrarse en biodigital, pero creo que voy a tirar por la clásico y escogeré urbanismo. Me encanta analizar la disposición y diseño de las ciudades.
—¡Vaya! Eso suena interesante. ¿Y vas a estudiarlo aquí? —mi madre lo mira con interés.
—Pues... No lo sé, la verdad. Siempre suma el hecho de estudiar fuera, y me atraen muchos los países asiáticos que suelen ofrecer becas de estudios, sobre todo Japón, pero es algo que aún no he pensado. Dependerá de cómo esté mi vida en ese momento —me mira de reojo con una sonrisa.
Aprieta mi mano bajo la mesa y siento que me bloqueo. ¿Renunciaría a estudiar en otra ciudad por mí? Yo no sé si podría hacer algo así por él. Si me dieran la oportunidad laboral de mi vida o me escogieran en la ciudad de mis sueños, me iría sin tan siquiera pensarlo. De pronto caigo en la cuenta de todo lo que está sucediendo. Carlos está en casa de mis padres, llevamos juntos más de medio año y sería capaz de renunciar a eso por mí.
Noto como una bola que me impide respirar con dificultad se instala en mi pecho mientras Carlos sigue hablando con mis padres.
Quizá me dejé llevar. Si Carlos no me hubiese presentado a sus padres tal vez yo no habría tenido la estúpida idea de invitarlo a casa.
Meto mi mano bajo la mesa y comienzo con la que tengo libre a arañar el lateral de mis dedos de forma nerviosa. El tacto de una mano más áspera llama mi atención. Héctor me impide que me siga arañando y entrelaza sus dedos con los míos. Su mirada me pide que me calme y articula un silencioso "no te preocupes".
Asiento disimuladamente y me pierdo en el calor de su mano. Me suelto del agarre de Carlos para continuar comiendo.
Mi padre toma un sorbo de vino y mira a Héctor con una pequeña sonrisa.
—La innovación no está mal, pero creo que me quedo con lo viejo conocido —suelta una pequeña carcajada.
Estupendo. Mi padre como siempre, tiene que coronarse.
Carlos tuerce el gesto de forma leve a la vez que Héctor enmascara una risa. Intento soltarme de su agarre, pero acaricia el dorso de mi mano de forma que hace que mi corazón se acelere más de lo necesario. Su dedo se desliza a lo largo de mi muñeca y traza pequeños círculos hasta rozar mi dedo pulgar y recorrer con delicadeza las pequeñas heridas de ellos, haciendo que un escalofrío me atraviese de pies a cabezas.
—Bueno, al menos ya sabemos que es mejor mantener las costumbres —ríe Héctor.
—Y contadnos, ¿cómo os conocisteis?
—¡Mamá! Si ya lo sabes —la fulmino con la mirada.
—¿Yo? Disculpa, pero no. Nunca le cuentas nada a tu pobre madre —dramatiza.
Carlos se ríe brevemente y limpia la comisura de su boca antes de hablar.
—Disculpad, es que os parecéis muchísimo —nos sonríe.
—¿Tú crees?
—Vuestra personalidad es idéntica.
—La vena cotilla la tienen igual —sonríe Héctor.
—¿Disculpa? —decimos ambas al unísono, la diferencia es que mi madre se une a las bromas de Héctor.
—Oh vamos Carmen, el chico tiene razón —intenta aguantarse la risa mi padre.
—Me sé de alguien que duerme en el sofá —le sonríe de forma perturbadora.
Estallamos en una carcajada y cuando miro a Carlos no puedo evitar ver que aunque ríe, sus ojos no lo hacen, no se le forma esas pequeñas arruguitas características. Héctor le ha vuelto a eclipsar, aunque juraría que esta vez sin pretenderlo.
Retomamos la conversación anterior y por fin Carlos parece relajarse.
—Fue cuando tenía el tobillo mal. Se le cayó el barreño y la acompañé para intentar ayudarla.
—Oh, vamos... Quiero los detalles jugosos —le sonríe de forma maquiavélica.
Carlos enrojece levemente y mi padre fulmina con la mirada a mi madre mientras Héctor se tensa aunque sigue sin soltar mi mano.
—Esto... Hice un picnic en el parque —sonríe avergonzado.
—¿Un picnic? ¡Un bufet libre! Nunca he visto tanta comida junta en mi vida —río.
—¿En serio? —lo mira con interés mi madre.
—¡No había tanta comida! —reprime una sonrisa.
—Sándwiches de tres o cuatro clases, bizcocho, galletas, pan, zumo de naranja, batidos, agua, café...
—¡Vale, vale! Puede que sí que me pasase un poco —acaricia su cabello con una sonrisa.
—Pues a mí me puedes preparar uno de esos cuando quieras —-bromea mi padre.
De nuevo estallamos en una carcajada y esta vez Héctor suelta mi mano. El corazón se me encoge al no notar su calidez y me siento de repente desprotegida.
Una llamada interrumpe la conversación y mi padre se levanta mientras el resto de la conversación sigue, esta vez enfocada en Héctor. Mi madre le pregunta cómo lleva el trabajo y los planes para el siguiente curso cuando mi padre toca el hombro de Héctor.
—¿Puedes echarme una mano?
Héctor lo mira con el ceño fruncido y asiente rápidamente abandonado la mesa.
—Claro.
—¿Dónde vais? —pregunta mi madre mientras yo los miro sin entender nada.
—Un problemilla en el trabajo y necesito a otro conductor —nos sonríe mientras saca las llaves de su pantalón—. No tardaremos mucho.
Desaparecen por la puerta y no puedo evitar echarlo de menos.

Ex, vecinos y el Hilo Rojo del Destino (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora